Cualquier visita de un Papa a Asia en la última década espolea las esperanzas del deshielo entre Pekín y el Vaticano. Para la primera, supondría extender su huella a territorios vedados; para la segunda, profundizar en un mercado casi virgen de 1.400 millones de habitantes cuando la feligresía cae en sus feudos tradicionales. Comparten el interés pero les separa la Historia y su alergia a las intrusiones en su negociado.

China y la Santa Sede carecen de relaciones diplomáticas desde que Mao subiera al nuncio a un tren hacia la entonces británica Hong Kong en 1949. El Gran Timonel veía las religiones como supersticiones feudales que entorpecían la modernización del país y los textos sagrados acabaron en la pira durante la Revolución Cultural. La Biblia estuvo prohibida hasta que Deng Xiaoping, el arquitecto de la apertura, decretó la libertad de culto. A principios de la década de los 80 aún se aconsejaba a los extranjeros que no entraran en China con más de una Biblia, lo que hizo florecer el contrabando.

Aquel laicismo maoísta innegociable ha sido relevado por otros factores. El conflicto es inevitable porque no existen países más celosos de su poder omnímodo que China y el Vaticano. Pekín exige que Roma deje de inmiscuirse en sus asuntos internos, tanto en la ordenación de sus obispos como en el reconocimiento de Taiwán.

Una traición a Taiwán

El Vaticano es uno de los últimos países que aún conserva Taiwán y su alianza con Pekín, que impone el principio de una sola China, sería traumático en la isla. "Sería una traición que el Papa cortara las relaciones diplomáticas con Taiwán para saltar al mercado chino. No hay clérigos católicos encarcelados en Taiwán pero sí en China. ¿Qué respondería el Vaticano a las familias de los mártires y prisioneros católicos?", se pregunta Bob Fu, fundador de China Aid, organización que presta ayuda legal a los cristianos en China.

El diálogo fue imposible con Juan Pablo II, azote contra el comunismo, a pesar de las disculpas a China por los desmanes del cristianismo. Los intentos de aproximación de Benedicto XVI fracasaron por su efímero papado. De todas las iniciativas del Papa Francisco, el deshielo con Pekín no es la menos audaz ni compleja. Los indicios empujan al optimismo. Dos años atrás transmitió sus "mejores deseos" al pueblo chino en un mensaje dirigido al presidente, Xi Jinping. No es más que la fórmula protocolaria papal al transitar por el espacio aéreo de un país, pero el caso chino es especial: ningún Papa había pedido permiso a Pekín para atravesar sus cielos desde la negativa de 1989. Son recurrentes los rumores de que Francisco será el primer Papa en pisar China.

Afianzar la confianza mutua

La Santa Sede y Pekín han evidenciado su buena voluntad. Esta semana firmaban un acuerdo para prestarse 40 obras de arte en un gesto con el que Pekín buscaba reforzar la confianza mutua. "Ha habido negociaciones y actividades conjuntas pero no he visto ni oído ningún avance", puntualiza Fenggang Yang, director del Centro de Sociedad y Religión Chinas de la Universidad de Purdue. Es complicado que el Papa pise Pekín sin un acuerdo reseñable como el del ordenamiento sacerdotal, añade Yang, aunque tampoco lo descarta. "Tanto el Papa Francisco como el presidente Xi Jinping disfrutan de una posición muy fortalecida y pueden tomar acciones sin precedentes", concluye.

La religión es un tema delicado en China. Xi alertó dos años atrás contra la "infiltración de las fuerzas extranjeras a través de las religiones" y recordó que éstas debían conservar sus rasgos chinos. Pekín acumula frentes peliagudos: los uigures musulmanes de la provincia de Xinjiang, los budistas tibetanos que idolatran al Dalai Lama y la pujante comunidad de cristianos. China permite la libertad de culto pero impone sus instituciones oficiales para impedir su control por fuerzas extranjeras. A un lado se encuentra la Asociación Católica Patriótica (ACP), adscrita al Partido Comunista de China. Al otro está la disidente, que celebra sus misas clandestinas en pisos privados y obedece al Papa.

La cohabitación ha sido tradicionalmente pacífica. La permisividad descansaba sobre un acuerdo tácito de discreción. La prensa suele presentar a ambos bandos como compartimentos estancos pero la realidad es más difusa. Muchos fieles alternan las misas oficiales y clandestinas en función de la cercanía o de los horarios. Tampoco suele haber tensiones entre la curia. La inmensa mayoría de los sacerdotes de la ACP recibe el visto bueno del Vaticano tras pedirlo secretamente antes de aceptar el cargo. Roma sólo se opone en contadísimos y flagrantes casos, cuando los intuye menos preocupados por salvar almas que por formar buenos comunistas.