Los mensajes de cordialidad y buenas intenciones han cerrado el viaje de la diplomacia estadounidense a China después de que los días anteriores subrayaran sus diferencias. En el ambiente flotaba la inminente cumbre en Florida por encima de las afrentas recientes de Washington.

El secretario de Estado, Rex Tillerson, se ha esforzado, con su tono conciliador, en enterrar la hostilidad de su presidente, Donald Trump. Corea del Norte había intentado robar el foco horas antes con un presunto éxito clamoroso de un nuevo motor para cohetes.

Tillerson ha explicado a Xi Jinping, presidente chino, que Trump concede "un gran valor" a las comunicaciones con Pekín y que espera con ganas "la oportunidad de una visita en el futuro". El antiguo magnate petrolero aludía a la visita aún sin confirmar de Xi a la residencia en Florida de Trump. "Tanto él como yo pensamos que tenemos que esforzarnos para avanzar en la cooperación entre China y EEUU y creemos que podemos asegurar que la relación avanzará de una forma constructiva en la nueva era", ha añadido Xi.

Tillerson y Xi han rivalizado en fórmulas diplomáticas manidas para mostrar su afinidad. No ha habido referencias a asuntos sensibles como el escudo antimisiles, Taiwán, Corea del Norte o aquella pasada amenaza de Tillerson a impedir el acceso chino a sus islas artificiales.

China se ha esforzado en comprender y mantener el autocontrol ante un líder irreflexivo y heterodoxo. Trump prometió "endurecer la postura" ante China durante las elecciones y culpó a Pekín de violar a América, robarle sus empleos y manipular su moneda. No sorprendió porque la liturgia electoral estadounidense exige desde hace años criminalizar a China.

El asunto se mantuvo manejable hasta los coqueteos de Trump con Taiwán y fue necesaria una conversación telefónica entre ambos líderes para apagar el fuego. La situación parecía en relativa calma hasta que Trump embistió de nuevo tres días atrás culpando a China de no ayudar en el asunto norcoreano.

ESFUERZOS DE PEKÍN

Tillerson sufrió anteayer la ira china cuando el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, recordó todos los esfuerzos de Pekín por apaciguar la península coreana y exigió a Washington que mantuviera la cabeza fría. Hay pocos asuntos que descompongan más a China que esa asunción occidental grabada en piedra de que dicta la política de Pyongyang.

Pekín está comprensiblemente nerviosa por las irresponsables demostraciones de fuerza de Corea del Norte y EEUU que amenazan con incendiarle su patio trasero. Y en ese contexto, juzga Pekín, no ayuda que Washington anunciara recientemente que contempla la solución militar o que ignorara su petición de cancelar las maniobras militares que los líderes norcoreanos juzgan como ensayos de invasión.

Corea del Norte, el asunto recurrente en la visita de Tillerson a Asia, intentó hacerse oír con sus habituales aspavientos militares. Sazonó la víspera del viaje con cuatro misiles hacia el mar de Japón y para la clausura reservó la prueba de un nuevo motor excepcional por razones no explicadas. Se sabe de él poco más de lo señalado por la agencia de noticias oficial con desbordante triunfalismo.

El líder, Kim Jong-un, habría supervisado una prueba que supone "un nuevo nacimiento" para la industria. "El mundo pronto será testigo de la gran importancia de la victoria de época que hemos conseguido hoy", ha añadido la agencia. Parece ser que el nuevo motor servirá para los cohetes de largo alcance que ponen a los satélites en órbita.

Los alardes armamentistas norcoreanos exigen un acto de fe notable. Sólo convencen a EEUU, necesitado de una excusa para justificar su presencia militar creciente en una zona donde se juega la primacía global con China. Los expertos independientes juzgan que un misil nuclear norcoreano golpeando EEUU es aún ciencia ficción.