El presidente chino, Xi Jinping, se ventiló un discurso sobre el auge de China en la clausura de la sesión parlamentaria anual que había servido para certificar el suyo. El mensaje es claro: presidente y país van de la mano en busca de la grandeza que la Historia les debe, solo él puede pilotar China por la senda pedregosa y cualquier obstáculo es eliminado en nombre de su cometido mesiánico.

La intervención de Xi dará munición a los que airean el peligro amarillo. «China está preparada para luchar guerras sangrientas contra sus enemigos», dijo ante los casi 3.000 delegados. «El pueblo chino ha entendido desde la antigüedad que nada es gratis. Para ser feliz, tienes que pelear por ello», añadió. El presidente ahondó en ese nacionalismo populista que cala fácilmente en un pueblo que aún recuerda la rapiña colonialista y el salvaje imperialismo japonés.