China se arremanga frente a un horizonte económico inquietante. Llegan «duras batallas», según pronosticó Li Keqiang, primer ministro, en el discurso que inauguraba la sesión parlamentaria anual. China presentó su objetivo económico más humilde en tres décadas y admitió que la guerra comercial y otros factores están afectando los planes del Gobierno. Li diseccionó durante dos horas la actualidad nacional con un machacón énfasis en la economía. Fue un discurso crudo, realista y profesional, más cerca de la sangre, sudor y lágrimas de Churchill que de los triunfalistas discursos sobre el estado de la nación de otros parlamentos.

Es costumbre que la atención mediática global se concentre en los datos de la economía nacional y el presupuesto militar anunciados en la Asamblea Nacional Popular, el más importante (y único) acontecimiento político del año. China crecerá en el 2019 entre un 6% y un 6,5%, según los planes de Pekín. El pasado año anunció un 6,5 % y logró finalmente una décima más. Si las perspectivas actuales no yerran, registrará el crecimiento más reducido desde aquel 3,9% que provocaron las sanciones internacionales tras la masacre de Tiananmén. Los mercados asiáticos, conscientes de la acreditadísima puntería de Pekín para los pronósticos, reaccionaron con las previsibles caídas.

«Afrontamos un contexto cada vez más complicado y grave, a la vez que aumentan los riesgos y retos… Debemos estar totalmente preparados para las duras batallas», advirtió Li frente a los 3.000 disciplinados parlamentarios que secundaban con aplausos sus palabras. El primer ministro citó las fricciones comerciales nacidas en el creciente proteccionismo y unilateralismo en una alusión poco sutil a Estados Unidos. «La presión a la baja en la economía china sigue aumentando, el crecimiento del consumo interno se ralentiza y las inversiones pierden fuelle», añadió.

Nuevo patrón económico

China bajará la presión fiscal en los sectores de las manufacturas y del transporte, entre otros. También incrementará los fondos para la industria privada con aumentos del 30% en los créditos de la banca estatal a pequeñas y medianas empresas. Pekín respondía antes con paquidérmicos paquetes de estímulo que multiplicaban las infraestructuras en todo el país: vadeaba la crisis pero disparaba la deuda de gobiernos locales hasta lo inasumible. El cuadro actual recomienda medidas quirúrgicas.

La asunción de la banda del 6%-6,5% subraya que a China le preocupa menos la cifra que desvela al mundo que la salud de su economía. Los mercados reaccionan con un acentuado pesimismo a los humildes crecimientos actuales como acogían con desmedida euforia aquellas dobles cifras de la década anterior.

Pero China hace tiempo que sacrificó décimas a cambio de un patrón económico más maduro y racional, que pivota desde las manufacturas baratas a la tecnología y el autoconsumo y es más respetuoso con el medioambiente. Ocurre que aquel «sueño chino» que años atrás anunció Pekín, un vaporoso concepto que alude a la mejora de las condiciones de vida de la población, ha chocado con una economía menos briosa para afrontar las reformas sociales necesarias.

China, a pesar de todo, sigue la hoja de ruta. Li prometió ambiciosas medidas contra el creciente paro que amenaza la sacrosanta estabilidad social como el aumento de prestaciones de desempleo, cursos de formación en las zonas rurales y mayores facilidades para que graduados universitarios y militares en la reserva encuentren trabajo.

Más gasto en defensa

China aumentará su presupuesto militar en un 7,5%. La cifra permite interpretaciones opuestas. Es mayor que el del crecimiento del PIB pero menor que el 8,1% del pasado año. «Implementaremos la estrategia militar para los nuevos tiempos, fortaleceremos la formación bajo condiciones de combate y protegeremos con firmeza la soberanía, la seguridad y los intereses de China», dijo Li.

Su desarrollo militar provoca sudores fríos en los vecinos con los que acumula pleitos territoriales en el Mar del Sur de China o en Taiwán. Otros tercas alusiones al «terror amarillo» suenan menos justificados. Vienen habitualmente de EEUU, que invierte más en Defensa que la suma de los siete siguientes países y ha disparado el presupuesto en la Marina con el indisimulable propósito de asfixiar a China en su patio trasero. También desde Japón, alegremente subido a la carrera armamentista y en pleno proceso de demolición de su ejemplar Constitución pacifista.