Ayer hizo un año que Jamal Khashoggi, el periodista saudí colaborador de The Washington Post, fuera asesinado en el interior del consulado saudí en Estambul por un grupo de 15 hombres enviados directamente desde Arabia Saudí. Y un año después el caso sigue abierto. Hatice Cengiz, su prometida, que le acompañó hasta la puerta del consulado, recordó ayer con emoción ese día. «Era el amor de mi vida, y aún lo es. Era y tenía que ser la guía de mi vida. Era una voz prominente de la libertad de expresión en el mundo y en Arabia Saudí. Y ahora que os veo aquí, queridos amigos, veo que lo que no consiguió en vida, lo ha conseguido tras su muerte. Hace un año estaba aquí, esperando a mi hombre. Ahora, sigo aquí: rota pero orgullosa de veros», afirmó Cengiz en una ceremonia frente al consulado saudí. Al acto asistieron también amigos del periodista, entre ellos el multimillonario Jeff Bezos (propietario de The Washington Post) y la investigadora principal del caso en la ONU, Agnès Callamard. Los presentes inauguraron un monumento con su nombre en un parque a apenas una decena de metros de la puerta de la legación que traspasó el periodista el día fatídico.

«Pedimos justicia. Si no la conseguimos hoy, la conseguiremos mañana. La impunidad no es una opción. Nadie, ni Arabia Saudí, puede salirse con la suya tras un asesinato así», señaló Callamard, que en sus investigaciones acusa a la cúspide del poder en Riad de estar detrás del asesinato.

Khashoggi entró al consulado saudí a las 12.58 horas del 2 de octubre del 2018. Allí lo interceptó el comando enviado desde Arabia Saudí. Lo torturaron y lo ahogaron. Según la investigación turca, quien supervisó la operación fue la mano derecha del príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman.

Khashoggi murió a las 13.14 horas. Un forense saudí fue el encargado de trocear su cuerpo en pedazos y lo repartió en bolsas de basura. Alguien, no se sabe cómo, se deshizo del cadáver. Aquí se pierde la pista: el cuerpo sigue desaparecido. Arabia Saudí tardó varias semanas en reconocer el asesinato. Una vez lo hizo, informó de que los 15 ejecutores del crimen fueron detenidos y mandados a juicio en Riad. La mayoría de ellos se enfrentan ahora a la pena de muerte.

Pero este juicio, para muchos, es una farsa: «Al proceso judicial saudí le falta todo lo que necesita un proceso judicial para que sea justo. Es una broma. Nuestra responsabilidad es no quedarnos callados», manifestó ayer el responsable de Amnistía Internacional en Turquía, Andrew Gardner.

Las investigaciones del asesinato apuntan, casi todas, a Bin Salman como responsable último. Pero el príncipe heredero lo niega todo. Asegura que el comando que viajó -con aviones privados propiedad del Gobierno saudí- a Estambul actuó por su cuenta.

«Tenemos 20 millones de habitantes y tres millones de funcionarios. Pero pasó durante mi mandato. Tengo toda la responsabilidad, porque pasó durante mi mandato», dijo Bin Salman la semana pasada a la CBS. En Estambul, sin embargo, frente al consulado saudí, pocos le creen. «Al sellar el destino de Khashoggi, Bin Salman selló el suyo propio», afirmó ayer el periodista David Hearst, amigo del reportero asesinado.