Ninguno de los candidatos demócratas que aspiran a arrebatarle la Casa Blanca a Donald Trump puede competir con Joe Biden en reconocimiento público. Tras casi cuatro décadas en el Congreso y ocho años en la vicepresidencia, el septuagenario lugarteniente de Barack Obama comanda claramente las encuestas por pura inercia. Pero esa ventaja es también su perdición porque Biden está llamado a ser la principal diana de sus rivales por la nominación, como se demostró anoche en la segunda ronda del primer debate de Miami. La decena de candidatos aparcaron el guante blanco de la víspera para atacar a Trump, pero también a Biden, que encontró en Kamala Harris, la senadora afroamericana de origen indio y jamaicano, una rival formidable. Junto al alcalde Pete Buttigieg, Harris fue la voz más destacada de la noche.

La antigua fiscal general de California protagonizó el gran momento de la velada a costa de unas recientes declaraciones de Biden en las que puso de ejemplo sus negociaciones con dos antiguos senadores segregacionistas para presentarse como el dirigente capaz de entenderse con los republicanos y devolver el civismo a la vida pública. Fue un tiro a todas luces marrado. Yo no creo que usted sea un racista, le dijo Harris, de 54 años. Pero también creo y para mí es personalque fue ofensivo escucharle hablar de la reputación de dos senadores que construyeron su carrera y sus reputaciones a base de impulsar la segregación racial en este país. Harris volvió a disparar minutos después para reprimirle por haberse opuesto a la integración racial de los autobuses escolares en los años setenta.

Biden tuvo que pasarse buena parte de la noche a la defensiva, una postura llamada a ser una constante si se tiene en cuenta su falta de disciplina retórica, su tendencia a hablar sin calibrar antes en las consecuencias. No es una caracterización correcta de lo que dije: no elogié a los racistas. Eso no es verdad, se defendió el ex senador de 76 años, que ya compitió sin éxito en dos primarias demócratas. Desde el otro flanco, el congresista Erick Swalwell, uno de los muchos desconocidos de esta carrera, le espetó que hace ya 32 años afirmó que era momento para pasar la antorcha a una nueva generación de dirigentes. Biden sonrió con ese aire campechano que le ha servido para que muchos estadounidenses lo conozcan simplemente como el tío Joe.

Por los caprichos del sorteo, este jueves competían en el plató muchos de los favoritos para hacerse con la nominación. Biden y Harris, Buttigieg y Bernie Sanders. Solo faltaba Elisabeth Warren para tener a los cinco que encabezan las encuestas. Y una vez más se evidenció que apenas hay diferencias entre los candidatos a la hora de identificar las prioridades de una eventual presidencia demócrata: crisis climática, sanidad universal, desigualdad económica, defensa de los derechos reproductivos de las mujeres, una política inmigratoria humana y la voluntad de reparar la dilapidada relación exterior con los aliados de EE UU.

Pero sí hay diferencias notables a la hora de afrontar las soluciones. Entre las reformas incrementales que proponen Biden o Buttigieg y el revolcón que abanderan Sanders y en menor medida Harris. Sospecho que la gente que nos está viendo piensa que todos los candidatos son buena gente y tienen buenas ideas, dijo el socialista Sanders en su intervención final. Pero, cómo es posible que nada cambie verdaderamente? Que los salarios de la clase media lleven 45 años estancados. Que tengamos el mayor índice de pobreza infantil. O que tres personas acaparen más riqueza que la mitad más pobre de los estadounidenses". Sanders estuvo bien, a los suyo, seco y combativo, centrado en la economía y siempre dispuesto a llamar a las cosas por su nombre. También Buttigieg, alcalde políglota de pueblo, gay y veterano de guerra, que ha encandilado a algunos republicanos y a figuras como Obama con su sensatez y su facilidad para vender ideas progresistas con un lenguaje conservador.

A la altura también estuvo el senador Michael Bennet, aunque su candidatura es una quimera, como la del grueso de los 23 participantes en estas primarias. Con tanta gente, los debates son una tortura. En cualquier caso, lo lógico es que el furgón se vaya aligerando a medida que pasen los meses y se acerque la fecha del 3 de febrero, cuando empezará a votarse en Iowa.