Han pasado tres años desde el referéndum de la salida de Europa. Tres años de disputas, confrontación, frustración y ansiedad, que han convulsionado al Reino Unido. El brexit es un proceso kafkiano e irresoluble, trasformado en un virus que ha ido debilitando el sistema político, la economía y el tejido social. El país es hoy más vulnerable al populismo y al extremismo. Donald Trump y Nigel Farage se frotan las manos. Boris Johnson tiene todas las cartas para ser el nuevo primer ministro.

La imagen internacional de la que ha sido influyente potencia mundial está quedando tan dañada que resulta irreconocible. Nada es como era antes de la consulta y no lo volverá a ser jamás.

El brexit que en el 2016 les vendieron a los británicos era simplemente imposible. De aquel pretendido optimismo y aquella euforia inicial no queda nada. Quienes votaron a favor de la salida se sienten burlados. Los que lo hicieron por la permanencia están furiosos al ver venir una catástrofe que no pueden evitar. Las posiciones de unos y otros se han radicalizado.

Un análisis publicado en enero por Changing Europe mostraba que los votantes tienden ahora a definirse por su preferencia, a favor o en contra de salida de Europa, que por su afiliación a un partido. Otro estudio del King’s College de Londres mostraba cómo la radicalización hace difícil un compromiso de salida. Los votantes no quieren ningún tipo de acuerdo, suave o duro. «La gran mayoría eligieron entre la permanencia o entre la salida sin acuerdo (45% y 33%, respectivamente)».

El balance del último trienio es ruinoso. La crisis política ha degenerado en un conjunto de tribus caóticas, rebeldes e indisciplinadas. Ha fracturado a conservadores y laboristas, las formaciones tradicionales. El Parlamento se halla exhausto con debates y votaciones sobre el brexit que han terminado con Theresa May. El problema fundamental de cómo sacar al país de Europa sigue ahí, una tarea terriblemente técnica y complicada, para la que el Gobierno de May no estaba preparado.

El Gobierno ya ha gastado 100 millones de libras en consultoras privadas para planear una salida desordenada de la UE. El Banco de Inglaterra ha advertido de que esa opción, sin periodo de transición para proteger el comercio, puede provocar una situación peor que la de la crisis financiara del 2008. Hoy la economía es un 2% menor de lo que hubiera sido de optar el país por permanecer en la UE. La libra ha caído un 15% desde el 2016 con respecto al dólar. Las incontables advertencias de la patronal, las multinacionales o la sanidad pública sobre la debacle que se avecina no han servido de nada. Airbus amenaza con dejar de fabricar las alas de sus aviones en el Reino Unido.

La producción de automóviles en Gran Bretaña se ha desplomado con una caída del 44.5%. Nissan ha renunciado a fabricar uno de sus nuevos modelos de coche en Sunderland. El sector del acero británico está en liquidación.

Sony se lleva de Londres su cuartel general para Europa y se marcha a Ámsterdam. Muchos bancos de la City han trasladado personal a Fráncfort, París y Dublín. Cuando preguntaron a Johnson sobre la preocupación de las empresas, su respuesta fue: «Fuck business» («Los negocios, que se jodan»).