Daily Star, el hermano pequeño de la prensa amarilla del Reino Unido, prometía en portada esta semana que en sus páginas ya no habría espacio para más historias aburridas del brexit. No cumplirá su palabra, aunque eso no acostumbra a ser un problema para los tabloides británicos. Y es que, a poco más de tres meses para llegar al 29 de marzo, día en el que el país abandonará la UE (aún no se sabe cómo), el brexit está más presente que nunca en todas las mesas y conversaciones.

Ross Hershey, arquitecto de Yorkshire, explica abiertamente que con los colegas se habla ahora como nunca se había hecho antes de política. «Hoy unos cuantos estábamos discutiendo sobre el brexit y uno ha afirmado que todos los que votaron salir de la UE eran idiotas. Cuando le he dicho que yo no soy un idiota y voté a favor del brexit ha enmudecido. Creo que ha pasado vergüenza». Añade que entre sus amigos causa furor el estilo del ministro del Interior de Italia, Matteo Salvini: «Es el tipo de líder que necesitaríamos en el Reino Unido. Alguien convencido de las posibilidades de nuestro país, no como Theresa May».

Abby Freeman, profesora en Londres, solo comparte con Hersey la convicción de que ahora se habla mucho de política en todas partes. Ella, europeísta convencida, considera que, siendo la sociedad británica extremadamente reservada, el comportamiento actual es absolutamente inusual. «Nosotros no acostumbramos a hablar de política abiertamente y ahora lo hacemos mucho». En su caso, no obstante, la división del país entre brexiteers y remainers no se traslada a la realidad porque son muchos los que, como ella, viven en burbujas pobladas únicamente por gente que piensa igual. «No tengo amigos brexiteers. Todo el mundo en mi entorno es europeísta. Por tanto, las conversaciones no se tornan en agrias discusiones porque estamos básicamente de acuerdo».

Álex Muir, un investigador de Berkshire, también partidario de que su país se mantenga en la UE, avala también la excepcionalidad del momento. «En mi entorno, nadie recuerda nada tan intenso desde el punto de vista político. Es lo que pasa cuando la gente de Westminster se pone a jugar con el país, que acabamos discutiendo en todas partes».

LA DERECHA / La calle está limpia. Particularmente la capital. La imaginería sobre el brexit es escasa. Solo algunas manifestaciones testimonian excepcionalmente la tensión política que vive el país. Peoples Vote, la entidad que promueve un segundo referéndum, reunió a más de medio millón de personas en Londres el 20 de octubre. Hace una semana, la extrema derecha reunió a unos pocos miles de seguidores también en la capital para denunciar la traición al brexit por parte del Gobierno. Y también de modo esporádico pueden verse algunas acciones de fanáticos. La última el viernes, cuando unas decenas de eurófobos cortaron la circulación en el puente de Westminster ataviados con los chalecos amarillos que los franceses han hecho famosos.

Se ha visto una campaña con algunos anuncios luminosos pagada por un empresario londinense con la leyenda Bollocks to brexit (Que le den al brexit), que ha tenido continuidad con un autobús que viaja por todo el país. Aun así, dada la gravedad e importancia del asunto, bien puede decirse que la proverbial mesura británica sigue siendo un toque de distinción a la hora de canalizar el debate público.

La consultora GfK prevé que las ventas navideñas no alcancen los niveles de otros años y su último estudio concluye que una de las razones es la actualidad política vinculada al brexit. Joe Staton, su director de estrategia, explica que los consumidores son como los mercados y no son inmunes a las declaraciones de sus gobernantes explicando que todo puede empeorar.

Pero contra lo que parecería normal, a muchos partidarios del brexit que la situación económica pueda empeorar no parece preocuparles. Es aquí cuando resulta fácil comprobar que, como ya señaló el más carismático de los brexiteers, Boris Johnson, estamos ante un tema en el que los sentimientos importan más que las razones. Nathan Hood, un estudiante de posgrado de una zona rural escocesa, afirma sin mover una ceja que prefiere «ser un pobre libre que un esclavo de Europa rico». Hood, que ha votado siempre a los tories, dice que ya no podrá votarles de nuevo tras haber quedado demostrado que son incapaces de hacer aquello que los ciudadanos quieren mayoritariamente, que es un brexit sin contemplaciones.

Pete Richie, un granjero escocés de 62 años, también está harto del brexit, pero por las razonas contrarias. Richie atribuye la intransigencia de los partidarios acérrimos del brexit sin acuerdo a la nostalgia de un Reino Unido imperial que no volverá a existir jamás. A su entender, lo mejor que podría pasar es que se diera de nuevo voz a la gente en un nuevo referéndum.

Uno de los sectores que, según el Banco de Inglaterra, se verá más afectado por la salida de la UE sin acuerdo será el inmobiliario. Pero nuevamente los sentimientos se anteponen a las cifras, estadísticas y previsiones oficiales. John Coner, londinense, está al frente de un negocio inmobiliario en Chelsea y, aunque es partidario de que el Parlamento dé el visto bueno al acuerdo que May ha alcanzado con la UE, no duda en afirmar que, si finalmente no se aprueba, hay que dar un portazo igualmente. «Los desastres que se anuncian no son verdad. El problema es que el Gobierno no cree en las posibilidades de nuestro país».