Los funcionarios han estrenado hoy el estresante calendario de protestas del fin de semana que alcanzará su cénit el lunes con una inédita huelga general en la isla. Lo inédito abunda estos días extraños en la isla porque tampoco hay precedentes de funcionarios hongkoneses en la calle. Ni de los médicos que les han precedido horas antes para protestar contra la detención de una enfermera en los disturbios del fin de semana pasado. La liturgia ya asentada tras ocho semanas de protestas sienta que colectivos poco beligerantes inicien las protestas el viernes, los jóvenes y la policía empiecen a zurrarse el sábado y reserven la orgía de violencia para el domingo.

La concentración está convocada en los jardines Chater, una sosegante burbuja entre los arrogantes edificios y las tiendas más elitistas del distrito Central. La aglomeración impide acercarse ya una hora antes. Da igual qué gremio convoque el acto, se sabe que acudirán todos los contrarios a la ley de extradición, al Gobierno local o a la presunta brutalidad policial. Cuesta encontrar a un funcionario entre la marea humana. La treintañera Kaman calcula que sólo un 1 % de sus colegas de la oficina local de impuestos ha asistido. Tengo miedo, pero aún tengo más cabreo, señala. Minutos después se cubrirá la cara con las manos cuando un tipo se saque una autofoto a su lado. Esto está lleno de espías, nunca sabes para qué van a utilizar esa foto, aclara. El Gobierno local había recordado en la víspera que los funcionarios deben su lealtad a la jefa ejecutiva, Carrie Lam, y anunciado consecuencias no concretadas a quienes lo olvidaran. Muchos funcionarios han mostrado su apoyo a la protesta en las redes con fotos de su carné y el nombre oculto.

OPTIMISMO HABITUAL

Los convocantes hablan de 40.000 asistentes. Si descontamos su optimismo habitual y el aluvión de hongkoneses ajenos a la administración pública nos quedamos muy lejos de los 180.000 funcionarios en la isla. Se impone el recordatorio para evitar las generalizaciones grandilocuentes de los titulares. Quizá no hayan acudido más por miedo, porque no comulgan con el ideario político de la protesta o porque están satisfechos con su vida. La administración pública evidencia la degradación económica en la isla y el año 2000 marca la frontera nítida de sus condiciones laborales.

Los contratados antes disfrutan de una jubilación fija de 3.000 dólares de Hong Kong (350 euros) mensuales, 40 días de vacaciones, un seguro médico integral y ayudas para la vivienda. Los posteriores tienen apenas 18 días de vacaciones, un seguro recortado y su jubilación llegará del fondo que trabajadores y contratantes han alimentado con un 5% del salario y que, aunque dependerá del mercado de valores, ya se sabe que será menor. Ellos carecen de razones para lamentarse y apoyan al gobierno, resume Kaman.

Ni siquiera aquellos beneficios convertían a los funcionarios en envidiados cuando el dinero fluía sin bridas en la excolonia. Ahora, con la economía ralentizada y obturadas las salidas laborales, disfrutan de lo que en la China continental se conoce como el bol de hierro de arroz: unos ingresos tan garantizados como escasos.

SOLIDARIZARSE CON LA LUCHA

Sólo le he dicho a mis colegas más íntimos que hoy vendría aquí, confiesa una profesora de secundaria que exige el anonimato. Podemos pagar las facturas pero la compra de una vivienda es imposible, añade. Ha venido para solidarizarse con la lucha de los jóvenes y lo que califica de represión de su Gobierno. Una cuarentena de detenidos en el último fin de semana han sido acusados de disturbios y se enfrentan a penas de hasta diez años de cárcel. No justifico su violencia pero la entiendo, están desesperados. Esta generación lo va a pasar mucho peor que nosotros, repite.

La concentración transcurre sin incidencias y con esa ejemplar armonía hongkonesa que empuja al enamoramiento de la causa. Caen dos gotas y los jóvenes se pelean por proteger al extranjero con sus paraguas. Una veinteañera que sujeta un cartel informando del lugar del plástico reciclado juzga por la inclinación de mi botellín al beber que estoy a punto de apurarla y me invita a dejársela. Mañana empiezan las asperezas.