El texto no versa sobre la sociedad industrial y su futuro, ni muestra ese poso nihilista que destilaba el manifiesto con el que Unabomber trató de justificar su violenta reacción contra el desarrollo tecnológico. Las palabras con las que Brenton Tarrant se ha presentado al mundo como el autor de una nueva masacre terrorista están muy lejos de la sofisticación intelectual de Theodoro Kaczynski, el filósofo y matemático que aterrorizó a la sociedad estadonidense durante años con sus envíos postales explosivos. Tarrant se presenta a sí mismo como «un hombre blanco común y corriente», nació en Australia hace 28 años en el seno de «una familia de clase trabajadora y de bajos ingresos», sin especial interés por la formación ni traumas del pasado que se puedan achacar a quien describe su infancia como un periodo de normalidad.

Apenas se desvía del guión vital de millones de personas cuando se otorga la responsabilidad de «tomar una medida para asegurar el futuro» de su gente, según se desprende en el manifiesto de 74 páginas, trufado de xenofobia y rencor contra la diversidad, que él mismo divulgó en redes sociales. El terrorista fue entrenador personal en un gimnasio de la ciudad de Grafton, en Nueva Gales del Sur, donde también impartió clases a niños.

La realidad habla de que quienes ya no tienen el futuro asegurado son el centenar de víctimas, entre muertos y heridos, que tuvieron la mala fortuna de cruzarse en el camino de Tarrant. Además del reguero de damnificados y de su manuscrito, este australiano de 28 años remató su voluntad de trascender con un escabroso vídeo grabado con una cámara GoPro que subió a Facebook Live y que se viralizó en cuestión de minutos. La retransmisión comienza en el tránsito del agresor hasta el templo, mientras iba escuchando himnos militares hasta aparcar su vehículo. Poco después irrumpe en la mezquita y comienza a disparar indiscriminadamente a cualquier ser humano que apareciera ante él.

Entre imágenes de desesperación, apenas una pausa entre tanto horror al apreciar los llamativos detalles del fusil de asalto con el que sembró el caos en la mezquita de la localidad australiana de Christchurch. En la culata del arma, el recordatorio de batallas históricas contra tropas musulmanas y el nombre del español Josué Estébanez entre un puñado de autores que perpetraron otras atrocidades bajo la influencia de ideas supremacistas.

Ese fue el caso de Estébanez, condenado a 26 años de prisión por acabar con la vida de Carlos Javier Palomino, un joven antifascista en el metro de Madrid, movido por una motivación ideológica. Sucedió un 11 de noviembre del 2007, cuando Palomino subió a un vagón del suburbano dispuesto a engrosar la protesta contra la manifestación ultra convocada por Democracia Nacional y a la que se dirigía Estébanez, por entonces soldado del Ejército español.

Otra de sus fuentes de inspiración ha sido el terrorista noruego de extrema derecha Anders Breivik, que asesinó a 77 personas en el 2011.