En la última rueda de prensa de su mandato, dos días antes de que Donald Trump asuma la presidencia de EEUU, Barack Obama fue fiel al latiguillo con el que la prensa describió su actitud en estos ocho años: No drama Obama. El mandatario se despidió de los medios que cubren la Casa Blanca dejando una serie de recomendaciones para su sucesor, pero lo hizo quitando hierro al desconsuelo que se ha apoderado de parte del país y desdramatizando la nueva era que comienza. «Lo único que es el fin del mundo es el fin del mundo», dijo al ser preguntado sobre cómo explicó a sus hijas la victoria del magnate. «En mi fuero interno, creo que a América le va a ir bien».

En estos ocho años, los republicanos se han empeñado en presentar al primer presidente negro como uno de los más divisivos de la historia. Pero Obama se empeñó en demostrar hasta el final que no era cierto. Desde que Trump ganó las elecciones, le concedió como pocos el beneficio de la duda y cumplió a rajatabla su promesa de facilitar al máximo la transición. Obama habló a menudo con el magnate, en unas conversaciones que ha descrito como «cordiales, substantivas y, en ocasiones, bastante largas».

Pero en esta última comparecencia también lanzó algunos mensajes a Trump. Obama dijo que muy pronto se dará cuenta de que necesita escuchar a su entorno para poder gobernar. «Este es un trabajo de tal magnitud que tú solo no lo puedes hacer, dependes inmensamente de tu equipo».

Y preguntado sobre las intenciones de Trump de trasladar a Jerusalén la embajada estadounidense en Israel, respondió que espera que piense bien las decisiones que toma porque muchas tienen ramificaciones planetarias. Obama espera que parte de su legado sobreviva. Los avances en los derechos de los homosexuales son un ejemplo. «Pienso que es irreversible porque la sociedad ha cambiado, aunque nos esperen algunas batallas por delante», afirmó antes de mostrarse orgulloso por su contribución a la igualdad.

En las últimas semanas, Obama mantuvo una actividad frenética para tratar de blindar su legado ante la operación de derribo que se avecina. Conmutó las penas a 273 reclusos, la mayoría por delitos de drogas, aunque también devolvió la libertad a figuras polémicas como Chelsea Manning, el nacionalista puertorriqueño Óscar López Rivera, o el general James Cartwright. Acabó también con la política que permitía a los cubanos tener la residencia en EEUU una vez ponían pie en el país. Dio nuevos cargos en el Gobierno a docenas de sus exasesores y designó como monumento nacional varios lugares relacionados con la historia de los derechos civiles.

Ayer, desde el primer momento dio la palabra a la prensa, a la que pidió que siga siendo «escéptica» frente al poder. «Una prensa libre es esencial para nuestra democracia. Esta no funciona si no tenemos una ciudadanía bien informada». Eran palabras con mensaje porque se ha rumoreado estos días que la Administración Trump se estaría planteando sacar a los periodistas del ala oeste de la Casa Blanca.

Obama no tiene planes para volver a la política, pero recalcó que alzará la voz cuando crea que los valores fundamentales de su país están amenazados. En caso, por ejemplo, de que se aprueben leyes discriminatorias, o que se quiera deportar a los hijos de inmigrantes que llevan toda la vida en el país.

El 44º presidente de EEUU dejará hoy la Casa Blanca con uno de los mayores índices de aceptación de su mandato, el 60%, un baremo solo superado por Clinton, Reagan y Roosevelt. Teniendo en cuenta que a mediados del 2015 estaba en el 45%, parece como si parte del país hubiera hecho las paces con un político que vino precedido por unas expectativas inalcanzables para cualquier mortal. O que ante el inicio de la era Trump haya ya nostalgia por un hombre que, pese a sus imperfecciones, derrochó humanidad y elegancia y navegó por la presidencia con ejemplaridad, sin un solo escándalo.