Baja la temperatura en la península coreana, pero sube en Oriente Próximo. Una frase inquietante de Emmanuel Macron, pronunciada esta semana, ha hecho saltar las alarmas: «Trump saldrá del pacto [nuclear con Irán] por razones domésticas». Se refiere al acuerdo firmado en julio del 2015 entre Teherán y los cinco grandes del Consejo de Seguridad más Alemania, cuyo objetivo es impedir que el régimen iraní pueda fabricar una bomba atómica. Entre los cinco está EEUU, pero el de Obama.

Es cierto que la política exterior es un reflejo de la interna, mejor o peor disimulado. Si tienes misiles, ayuda a crear cortinas de humo, sobre todo si los lanzas sobre quien no tiene medios para defenderse. Es lo que hace Binyamin Netanyahu desde el asesinato de Isaac Rabin en 1995. Su cortoplacismo es el mayor peligro con el que se enfrenta Israel. Es la tesis de Gideon Levy, uno de los grandes periodistas israelís, columnista habitual del diario Haaretz.

Para Netanyahu, Irán es el enemigo estratégico, como antes lo fue el Irak de Sadam Husein. Israel es la única potencia nuclear de la región. No está sujeto a ningún control internacional. Se cree que podría tener unas 400 bombas atómicas. Para Israel, la posibilidad de un Irán nuclear es un causus belli. Netanyahu necesitaría el apoyo de EEUU: bombas capaces de penetrar a gran profundidad para destruir las instalaciones del programa nuclear iraní, y reabastecimiento en vuelo. Los iranís aprendieron la lección tras lo ocurrido con el centro nuclear iraquí de Tammuz, destruido en 1981 por aviones israelís. Por eso sus instalaciones están dispersas y bajo tierra.

No ayuda a disipar los temores israelís que el expresidente de Irán, Ahmed Ahmadineyad, dijera que su objetivo era la destrucción de Israel. Ni otras declaraciones similares. Tel-Aviv está alineado con EEUU y Arabia Saudí, el rival de Irán.

El pacto firmado en julio del 2015 fue el resultado de años de compleja diplomacia. La alternativa de una acción militar de EEUU estuvo sobre la mesa de una forma tan creíble que Irán cedió. También ayudó la presión ejercida con las sanciones que, unidas a un petróleo a la baja, han dejado la economía iraní al borde del colapso. El régimen tiene un moderado como presidente, Hasan Rohaní, que es lo opuesto a Ahmadineyad. Su Gobierno vendió al pueblo que habría una mejora que no se ha producido.

Trump ha puesto todo tipo de zancadillas a la aplicación del pacto, que incluye levantar las sanciones. La situación perjudica a los moderados como Rohaní y da alas al sector más radical. Irán es un país con el 40% de su población por debajo de los 24 años, nacidos después de la revolución islámica. Están cansados de dictadura política y de asfixia religiosa.

La paciencia podría ofrecer mejores resultados, porque hay un magma de hartura que puede explotar en cualquier momento, como sucedió en la brutalmente reprimida revolución verde en el 2009. Pero la mesura no gana elecciones en EEUU ni en Israel. Tampoco produce ganancias. Los seis firmantes del acuerdo nuclear con Irán son también los seis principales exportadores mundiales de armas. Oriente Próximo es la región que encabeza las compras.

Macron ha tratado de colocar la idea de que Francia estaría dispuesta a buscar un nuevo pacto o una mejora del anterior, para que EEUU siga dentro. Sería tan complicado como modificar el acuerdo de París sobre el cambio climático para que Trump vuelva al redil. Él solo quiere que sus votantes en los estados mineros sientan que el carbón está incluido en el «America first».

El nuevo peligro

El asunto de Irán es especialmente peligroso ahora, con la guerra civil siria entrando en lo que parece su fase final. Todos los actores implicados en ese conflicto -en el que han despreciado delictivamente las vidas de millones de personas- dejarán de disponer de grupos armados que actúan como franquicias de sus intereses.

El nuevo peligro es el enfrentamiento directo. No tanto entre EEUU y Rusia, que se supone conocen al dedillo las reglas de este juego diabólico. Irán ha representado mejor nuestros intereses que Arabia Saudí. Ha sido primera línea en la guerra contra el Estado Islámico, igual que los kurdos sirios, ahora abandonados por EEUU.

Los saudís ya no pueden comprar la amistad de Washington con petróleo a espuertas porque EEUU ha diversificado sus compras y tiene sus reservas, pero sí adquirir armas por 110.000 millones de dólares. Para que el tráfico de armas funcione es necesaria una guerra (Siria) y el miedo a otra (Irán). La región ha duplicado sus compras en los últimos 10 años. Está en los niveles de la guerra fría. Trump es solo una mecha dentro de un almacén de explosivos.