Hace ahora un año, en el número previo a la toma de posesión de Donald Trump, la doctora en psicología, autora y periodista Maria Konnikova analizó en ‘Politico’ el funcionamiento y el efecto de las mentiras en nuestro cerebro. "Está particularmente mal equipado para lidiar con mentiras cuando no llegan individualmente, sino en corriente continua", escribió; "la pura repetición de una mentira puede hacer que acabemos registrándola como cierta”; “incluso la repetición para desmentirla la solidifica".

Aquel artículo mencionaba los antecedentes de Trump en una campaña donde según los análisis de 'PolitiFact' fueron falsas el 70% de las declaraciones del entonces candidato. Quienes lo habían seguido antes de que entrara en política lo retrataban como alguien para quien mentir "no es una táctica sino un hábito arraigado". Y se advertía: "A no ser que Trump se transforme dramáticamente, los estadounidenses van a empezar a vivir en una nueva realidad, una en la que su líder es una fuente manifiestamente poco fiable".

Más de 2.000 falsedades

Doce meses después, esa "nueva realidad" se ha confirmado. Según el contador que mantiene ‘The Washington Post’, Trump ha superado las 2.000 declaraciones falsas o engañosas, a una media de más de cinco al día, que van desde lo más banal hasta lo más serio. Análisis de expertos en mentirosos y mentiras como la socióloga Bella de Paulo han constatado que sus mentiras “son más frecuentes y más maliciosas que las de la mayoría”. Y suenan las más graves alarmas.

“El presidente ha conseguido hacer borrosas, si no erradicar, la distinción entre verdad y mentira y él y bots virtuales como (la portavoz de la Casa Blanca Sarah Huckabee) Sanders y miembros del Gabinete pronuncian mentiras como parte de una rutina”, ha escrito el columnista del 'Post' Richard Cohen. "La mentira se ha institucionalizado. No es la excepción sino la respuesta corriente y moliente a cualquier reto. La mentira ya no escandaliza. A menudo divierte y complacientes republicanos miran al otro lado o se suben alegremente en el vagón del engaño".

‘Fake news’, ataque real a los medios

En su guerra contra la verdad, Trump ha usado varias armas. Uno es su gran instinto para la manipulación mediática. Y otra ha sido aprovechar el declive en la confianza de los medios de comunicación, una realidad que constatan los datos del Centro Nacional de Investigación de Opinión de la Universidad de Chicago. Si la confianza plena en los medios era del 28% en 1976, en 2016 llegaba solo al 8%.

Lo que Trump ha hecho ha sido echar sal en esa herida. Y se lo decía a la agencia de noticias Associated Press Nicco Mele, director del centro Shorenstein de Medios y Política de Harvard: "Trump es síntoma de tendencias de largo plazo. Ahora, “¿puede acelerarlas y empeorarlas? Casi seguro".

Lo ha hecho ya. Asalta constantemente a la prensa, a la que ha declarado el "enemigo del pueblo" y a la que bombardea constantemente con la acusación de ser y propagar "fake news". Y aunque las encuestas muestran que la mayoría de estadounidenses siguen creyendo más a los medios, también reflejan que sus votantes le creen más a él. Los sondeos también apuntan a que, aunque la mayoría piensa que sus tuits son malos, quienes le llevaron a la Casa Blanca defienden que son informativos.

Trump ha conseguido, así, crear una ecuación de difícil solución. Cuando lanza una afirmación falsa o una mentira los medios demuestran esa falsedad pero como ha conseguido que muchos los vean como “fake news” en los que no se puede confiar lo que dicen está desacreditado para ellos.

En ocasiones, además, Trump consigue sobrepasar al periodismo tradicional. 'The New York Times', por ejemplo, probó a dejarle hablar sin replicar nada para dejar a los lectores que sacaran sus propias conclusiones. Solo al día siguiente el diario contabilizó las declaraciones falsas que había realizado: 10 en 30 minutos (que análisis de otros medios elevaron a 25). Pero quizá ya era demasiado tarde. La falsedad ya estaba ahí fuera. Psicólogos y expertos saben cómo funciona nuestro cerebro. Trump también.