Una limpia y soleada mañana de julio de 1993, la hija y la mujer de Ratko Mladic dieron una sorpresa a su padre y marido: aterrizaron en helicóptero, sin previo aviso, en una cumbre de la montaña Treskavica, en Bosnia-Herzegovina, donde el comandante en jefe del ejército serbobosnio libraba la guerra contra el enemigo. Fue una ocasión que Mladic recordaría con nostalgia años después en una entrevista; Bosa, su mujer, y Ana, su hija, cumplían años ese mismo día y deseaban celebrarlo con el padre de familia. Entre lanzamiento y lanzamiento de obús, Mladic encontró tiempo para obsequiar con sendos ramos de flores silvestres a las dos mujeres, luego las animó a ayudarle en su tarea y entre risas y bromas Bosa y Ana, bajo la dirección de un cariñoso pero exigente Mladic, se afanaron en cebar con granadas el tubo del mortero, festejando con alegría cada explosión al otro lado de la montaña, para después dar cuenta de un 'picnic' improvisado sobre la hierba.

Ocho meses después, en marzo de 1994, Ana Mladic se disparó un tiro en la sien con la pistola favorita de su padre. Tenía 24 años.

El gran escritor yugoslavo Danilo Kis, de forma premonitoria, escribió en 1974 sobre el nacionalismo: “El nacionalismo es, ante todo, una paranoia. Una paranoia colectiva e individual. Como colectiva, es consecuencia de la envidia y del miedo, y ante todo es la consecuencia de la pérdida de la conciencia individual”. (…) “El nacionalismo vive en la negación y de la negación. Nosotros no somos lo que son ellos. Somos el polo positivo, ellos el negativo. Nuestros valores, nacionales, nacionalistas, tienen una función sólo en relación con el nacionalismo de los otros: nosotros somos nacionalistas, pero ellos lo son más incluso, nosotros degollamos (cuando es necesario), pero ellos aún más; nosotros somos borrachos, ellos son alcohólicos; nuestra historia es sólo correcta en relación con la suya, nuestra lengua es sólo pura en relación con la suya. (…) Y en este sentido, es una ideología reaccionaria. Sólo hay que ser mejor que tu hermano o hermanastro, el resto no te concierne. (…) El nacionalista no teme a nadie, salvo a su hermano. Pero lo teme con un miedo existencial, patológico: la victoria del adversario elegido es su derrota absoluta, la anulación de su ser”. Por ello, el patriota debe defenderse atacando, la suya es una lucha entre el Bien (los suyos) y el Mal (el otro), hasta la total aniquilación.

El día de su último cumpleaños Ana Mladic no tenía duda: matar al musulmán bosnio no era un crimen, sino un deber y un acto heroico, y su padre, el salvador de la patria serbia. Meses más tarde quizá dudó -y la duda es el principio del fin de la fe nacionalista-, se preguntó si su padre tal vez no fuera un héroe, sino un asesino, y esa incertidumbre le resultó insoportable; es una hipótesis a la que dediqué tres años de mi vida y una novela, 'La hija del Este'.

Su padre, Ratko, no ha dudado nunca. El líder nacionalista- y Mladic lo era-sólo responde ante Dios y ante la historia y Mladic cree que la historia lo vindicará; entre los suyos son muchos los que lo consideran un héroe injustamente condenado por la justicia internacional. Si tal vez se reprocha algo- como buen narcisista es incapaz de hacer autocrítica-, es haber perdido la guerra; a los que las ganan- como Bush, Blair, Asad, o hace más de setenta años, Franco- nadie les pide cuentas; muchos héroes de los libros de historia son, a la vez, o sobre todo, criminales de guerra.

Hoy he pensado en Ana y en lo que, de seguir viva, sentiría ante la condena de su padre y creo que por fin he resuelto el enigma: Ana Mladic se quitó la vida porque no quiso ser la hija de un monstruo.