El emperador Akihito se despidió ayer del Trono del Crisantemo con la sencillez y las invocaciones a la paz que sintetizan sus tres décadas de reinado. En su último discurso al pueblo engarzó agradecimientos con reivindicaciones de su labor y buenos deseos para la era que estrenará Japón hoy con su primogénito, Naruhito. Fueron apenas 12 minutos que descubrieron al hombre más que al emperador y que él finiquitó ayudando a su esposa a bajar del atril y dirigiendo su beatífica sonrisa a los 300 presentes en la sala del pino del Palacio Imperial.

«Desde que ascendí al trono, 30 años atrás, he desarrollado mis deberes como emperador con un profundo sentido de confianza y respeto al pueblo, y me considero el hombre más afortunado por la oportunidad de haberlo hecho», dijo en una alocución televisada que paralizó al país. «Agradezco sinceramente al pueblo que me aceptó y apoyó en mis funciones como símbolo del Estado. Y sinceramente deseo también, junto a la emperatriz, que la era Reiwa que empieza mañana sea estable y fructífera. Y rezo con todo mi corazón por la paz y la felicidad en Japón y el resto el mundo», añadió el ya emperador emérito en su discurso.

La milenaria monarquía japonesa afrontaba ayer un acto sin protocolo establecido. Esta abdicación es la primera de la historia moderna en una institución que solo contemplaba el relevo por defunción, hasta que Akihito reclamó su jubilación alegando su declinante estado de salud.

Al salón fueron trasladados por chambelanes los legendarios símbolos que legitiman a su poseedor como emperador: la espada Kusanagi-no-Tsurugi y la joya Yasakani-no-Magatama, encerradas en cajas para preservar su misterio. El espejo Yata-no-Kagami ni siquiera salió del santuario de Ise. Cuenta la leyenda que fueron entregados por la diosa del Sol en la que nace la línea imperial de 2.600 años.

LITURGIAS / Akihito había visitado a primera hora de la mañana el santuario del palacio para comunicar su retirada a los dioses cubierto con un sakutai, el vestido que los emperadores reservaban para las ocasiones más señaladas entre los siglos VIII y XII. Esas liturgias no son un asunto menor en un país felizmente a salvo del virus de la globalización y que acomoda la tecnología más epatante con el reverencial respeto a sus ritos.

El primer ministro, Shinzo Abe, agradeció a Akihito su servicio al país recordando que él y su esposa compartieron «la alegría y la pena» con el pueblo y le dieron «coraje y esperanza» tras las varias desgracias naturales que asolaron Japón durante su reinado.

La ceremonia también se prevé corta, con un discurso del heredero y la recepción de los mitológicos regalos. Faltarán las mujeres porque el Gobierno nipón ha insistido en proteger la tradición del tsunami del #Metoo a pesar de las críticas.