"Intenté tocarme la pierna. Pero ya no la tenía...", explica Imran Gul, amputado de ambas extremidades tras topar con una mina en Afganistán, donde el número de víctimas por estos explosivos ha aumentado sin cesar en estos últimos años.

Con los brazos en las barras paralelas de la sala de recuperación del hospital ortopédico de Kabul, este agricultor de 25 años, amputado de las extremidades inferiores y de dos dedos, tiene problemas para avanzar con sus nuevas prótesis.

Hace unos meses, conducía un tractor en una nueva parcela para cultivar, en la provincia de Ghazni (este), cuando una mina estalló a su paso. "Estaba recubierto de sangre, no veía nada y pensaba que también había perdido mis ojos", recuerda. Imran Gul cree que la mina que explotó al paso de su tractor "estaba ahí desde hacía tiempo" ya que en la zona montañosa donde se produjo, "no hubo combates con los talibanes".

"Quedan todavía muchas minas y municiones sin estallar que remontan a la guerra contra el ejército soviético" en los años 1980, observa Abdul Hakim Noorzai, responsable de la oenegé Danish demining group, activa en las zonas bajo control gubernamental.

Crece el número de víctimas

El número de víctimas de minas y municiones que no han explotado --morteros, granadas y cohetes-- "aumenta de año en año" desde 2012, afirma el jefe del Servicio de la ONU de Acción Antiminas (UNMAS) en Afganistán, Patrick Fruchet.

La situación se agravó especialmente después de 2014 y la intensificación de los combates entre las fuerzas de seguridad afganas y los grupos insurgentes, que diseminan numerosas minas artesanales. "Pasamos de 36 víctimas al mes en 2012 a más de 150 en 2017", precisa.

Aunque se celebrará el Día internacional de la Lucha Contra las Minas, la supresión de estas armas de guerra será "difícil" de conseguir antes de 2023 en Afganistán, como estaba previsto inicialmente, debido a "nuevas contaminaciones", observa Wakil Jamshidi, director adjunto de UNMAS. Según el Observatorio de Minas, Afganistán fue el país con mayor número de víctimas en 2017, por delante de Siria.

Evitar más dolor

Para intentar evitar nuevas tragedias, se organizar sesiones de información para advertir de los peligros a los civiles, sobre todo a los niños. "Los refugiados que vuelven a Afganistán no tienen ni idea de los peligros de las minas y las municiones sin explotar; cómo son, su color, cómo estallan", explica Hashmatulá Yadgari, formador de Danish refugee council, otra oenegé.

En un campo de refugiados cerca de Kabul, una familia descubre los diferentes tipos de artefactos explosivos con los que se puede encontrar. "Nunca los habíamos visto", asegura Sakina Habibi, madre de tres niños que acaba de regresar a Afganistán tras 30 años de exilio en Pakistán e Irán.

De los 12.000 nuevos pacientes que llegan cada año a los siete hospitales especializados en ortopedia, financiados por la Cruz Roja, "de 1.500 a 2.000 son víctimas de guerra, 80% de los cuales heridos por minas", precisa el director del centro Aliabad de Kabul, Najmudin Helal.

Ayudar a los demás

Además de "la reeducación física nuestra misión es la integración social de las personas discapacitadas para que encuentren un lugar en la sociedad", destaca el director. Así, casi los 300 empleados del hospital de Kabul son discapacitados. "Enseñan más fácilmente a los recién llegados y les muestran sobre todo que la vida continúa", dice este responsable, que lleva una prótesis.

En la sala de reeducación, Abdul, de 27 años, un soldado afgano que por razones de seguridad no quiso dar su nombre, levanta los brazos y sonríe: es la primera vez desde que le pusieron las prótesis que consigue mantenerse de pie, sin apoyarse.

Este artificiero explica que desactivó hace unos meses seis minas escondidas en una casa, que había estado en manos de talibanes. "Desactivé cinco minas de presión. La sexta era con detonante lumínico y cuando me acerqué con mi linterna, 'boom'", explica. "Solo hice mi trabajo, evité que la gente muera por estas minas. Aunque no tengo piernas, tengo la suerte de estar vivo". Este padre de dos niños sigue, sin embargo, obstinado en su trabajo: "desminar para salvar más vidas". De pie, hace como si estuviera en el terreno, con un detector en una mano y un bastón en la otra.