Su trono no es de hierro y su corona no es de oro ni rubíes incrustados. El rey Marcio tiene la sangre roja, 44 años y vive desde hace 22 en un castillo de arena gigante que retoca y riega casi a diario para que no se venga abajo en la playa de Barra da Tijuca, un barrio rico al oeste de Río de Janeiro. A Marcio Mizael Matolias los vecinos y amigos lo llaman «el rey de la arena», y no le importa que los turistas se le acerquen y se hagan fotos con él. Es un homeless de categoría. «Crecí en la bahía de Guanabara, siempre viví en la playa. La gente paga alquileres exorbitantes por vivir frente al mar, yo no pago facturas y aquí tengo una buena vida», explica ufano a la agencia AFP.

Asegura que desde que un día un amigo le enseñó a construir una pirámide de arena ya nunca más dejó de hacer esculturas perecederas. Y ahora él, confiesa, ya no podría vivir de otro modo. Su única preocupación es que no se le venga abajo una torre ni se le hunda una puerta en la inmensa playa de arena fina con dos hermosas islas en el horizonte que conforman sus paradisiacos dominios. Este monarca bromista, soltero y sin hijos, se pasa el día remozando su castillo, jugando al golf, pescando y leyendo libros.

CON SALÓN DEL TRONO / El castillo del rey Marcio cuenta con un espacio interior de tres metros cuadrados, más que suficiente para todos sus tesoros: decenas de libros, palos de golf y sus útiles de pesca. El salón del trono multiusos se sustenta con postes de madera y un techo con vigas que soportan el peso de la arena exterior. Le basta simplemente con un saco en el suelo para dormir, y el baño lo tiene a 30 metros, en un puesto de bomberos donde también puede utilizar la ducha a cambio de un dólar.

La única pega de su vivienda es el calor que suele sufrir. «La arena retiene el calor y a veces no consigo dormir aquí», lamenta el peculiar monarca. Entonces -solo en contadas ocasiones, eso sí-, echa mano de un buen amigo. «Pero la verdad, es que prefiero quedarme aquí, aunque tenga que dormir fuera, al lado del mar», asegura con aplomo. Cuando llueve, el agua se lleva el trabajo de horas dedicado a su magnífico fortín (una torre le puede costar entre 10 y 12 horas).

Él dice que tiene una mezcla de estilos, «entre Oscar Niemeyer y Antoni Gaudí», sus arquitectos preferidos. Las autoridades no le han puesto ninguna pega: «Me convertí en una atracción turística de algún modo y también en un servicio social». Lo dice en alusión a su biblioteca, que comparte con todo aquel que se lo pida. Se pueden llevar los libros si donan otro a cambio.

Para ganarse la vida, Marcio solo tiene una caja en la entrada de su construcción de arena. «A menudo me la roban. Antes me enfadaba y hasta dormía con una piedra en la mano para impedirlo. Empecé a tener esa paranoia, y yo no quiero esto, yo hago esto por placer», asegura. Además, de vez en cuando, con suerte, algún centro comercial le paga algo de dinero por hacer sus bellas esculturas.

Cabe recordar que en las playas de todo el litoral español es muy habitual ver elaboradas construcciones de arena húmeda en forma de castillo. Eso sí, todas, como máximo, podrían constituir el hogar para los hobbits más pequeñitos de la sala El señor de los anillos.