Un día, cuando acudió a una ventanilla a pedir ayuda, a Nastasia Urbano le dijeron que primero tenía que empadronarse, y cuando ella explicó que estaba durmiendo en un cajero, le contestaron que no había problema, que podía empadronarse allí. Si el funcionario que la atendió entonces hubiera tenido la curiosidad de buscar su nombre en internet, habría encontrado portadas de revistas, campañas publicitarias de grandes marcas, y en todas ellas a una modelo muy parecida a la mujer del cajero.

Nueva York, 1981. Nastasia Urbano acaba de llegar a la ciudad. Tiene 20 años y la sensación de que el mundo está a sus pies. Había hecho sus primeros trabajos en Barcelona y luego, de la mano del fotógrafo Fabrizio Ferri, en Milán, donde había sido portada de Vogue y otras grandes revistas. Entonces me fui a Nueva York.

La ciudad de los rascacielos la recibe con los brazos abiertos, y rápidamente la recién llegada se forja un nombre. Firma con la agencia de agencias: Ford.

Urbano repasa su historia en un café de la plaza de España de Barcelona. Tiene 57 años. Nadó en la abundancia y ahora está en la ruina. A veces duerme en la calle y a veces en casa de algún amigo que le abre las puertas por unos días. De vez en cuando consigue algo de dinero haciendo algún trabajo precario. Sufre depresión y tiene que medicarse. «Cada año venía a Barcelona a visitar a mis padres. Una de esas veces conocí a mi exmarido, y ahí se acabó todo, me dejó con lo puesto. Lo único bueno de esa relación han sido mis hijos, pero lo demás fue horrible».

Hay varias varas para medir la clase de vida que llevó Urbano, por ejemplo las marcas de las cuales fue imagen publicitaria: Yves Saint Laurent, Opium, Revlon, Virginia Slims. Otra son los nombres: «Yo cenaba un día con Jack Nicholson, otro día con Andy Warhol. O con Roman Polansky, o con Harrison Ford. Estuve en fiestas con Melanie Griffith, con Don Johnson, con Simon y Garfunkel. Estuve a punto de ir a la boda de Madonna con Sean Penn porque estaba invitado David Keith, el de Oficial y caballero, y yo en esa época salía con él, pero ese día nos levantamos con tal resaca que no pudimos ni levantarnos». Urbano dice que tuvo problemas de drogas y alcohol, pero que no se arrepiente de nada de lo que hizo entonces.

Urbano hizo dinero, mucho dinero. Un banquero amigo la convenció entonces de depositar parte de las ganancias en un banco suizo. «En el banco me decían que con los intereses podía vivir el resto de la vida. Pero por culpa de mi exmarido ahora estoy aquí. Igual he firmado cosas, documentos, pero yo no me acuerdo de haber firmado nada».

Al final, en el café, Urbano se echa a llorar. Dice que no puede más, y que quiere salir del agujero no tanto por ella como por sus hijos.

Publicidad de Revlon de los años 80. Urbano es la segunda por la izquierda.