Cuando Emmanuel Macron y su esposa, Brigitte, pongan el pie en el fuerte de Brégançon, harán algo más que oficializar sus vacaciones estivales. El presidente francés unirá su historia a la de sus predecesores mediante un ritual que gira en torno a uno de los tótems de la Quinta República. Esta antigua fortaleza de origen incierto, convertida por Carlos de Anjou en una plaza fuerte de la costa mediterránea, se encarama en un pico rocoso de 35 metros de alto 45 kilómetros al oeste de Saint Tropez, en la Costa Azul.

Macron ha devuelto el lugar a la tradición y ha recuperado su gestión. Además de construir un relato nacional y convertir el fuerte en una suerte de Camp David francés al servicio de su acción diplomática, quiere modernizarlo. Unido a la costa por un malecón artificial, Brégançon tiene helipuerto y playa privada, pero la intimidad no está garantizada y el Elíseo ha decidido construir una piscina desmontable que costará unos 34.000 euros y ha generado cierta polémica.

La vivienda es modesta. Las ventanas minúsculas recuerdan su origen militar y las paredes blancas, el ambiente del sur de Francia. No hay nada moderno ni ostentoso, aunque el verdadero lujo es el exterior: una vista de 360 grados sobre el Mediterráneo y el macizo de Maures.

Desde la Revolución es propiedad del Estado francés pero, curiosamente, se accede a ella desde Luxemburgo. El gran ducado es dueño de la torre Sarrazine, una mansión veraniega de la familia ducal vecina del fuerte situada en la única vía transitable que permite llegar a Brégançon. Fue Charles de Gaulle quien, para agradecer a la duquesa Carlota su apoyo durante la segunda guerra mundial, concedió a la mansión su estatus extraterritorial.

También fue decisión suya convertirlo en la residencia oficial de los presidentes franceses en 1968, aunque la primera noche del general en el fuerte fue una pesadilla, según cuenta el periodista Guillaume Daret en el libro Le Fort de Brégançon (Editorial L’Observatoire), que narra la historia de 50 años de vacaciones presidenciales.

SÍMBOLO / Devorado por los mosquitos en una cama demasiado pequeña para su 1,88, De Gaulle no frecuentó el fuerte tanto como sus sucesores. Su estilo era casi monacal, y la época, muy distinta. Su intención fue convertirlo en un símbolo para la historia. Desde entonces, todos los presidentes imprimen su sello a la adusta fortaleza medieval sin perder el vínculo que les une a la tradición y a una suerte de relato nacional.

Los testimonios recogidos por Daret revelan que fue George Pompidou quien hizo suyo el lugar en los años 70. A Pompidou le gustaba el sol, el calor, el barco, la velocidad y dejarse fotografiar como un francés más. Además, la roca le recordaba Jaén, donde el general redactó parte de sus memorias. Pompidou eligió Brégançon para redactar su testamento.

Si Pompidou abrió las ventanas de la modernidad, sería Valéry Giscard d’Estaing, un presidente de 47 años, quien daría una imagen de juventud y dinamismo llegando a Brégançon conduciendo él mismo. John F. Kennedy era ya un modelo en el arte de la comunicación y Giscard no dudó en imitarle y usar la seducción como arma política.

Con el enigmático François Mitterrand, fue una plataforma de conquista política para alcanzar el Elíseo. Al socialista no le gustaba la región, ni el acento del sur ni el pastís. Prefería el viento del Atlántico, sus playas y los paseos por el bosque. Se sentía prisionero en la antigua fortaleza militar. De su paso por Brégançon se recordará su encuentro con el canciller Helmut Kohl en 1985 y el nacimiento del teléfono rojo, la línea directa entre París y Berlín para agilizar las comunicaciones del eje franco-alemán.

La edad de oro llegó con Jacques Chirac, que protagonizó una de las anécdotas más jugosas cuando Le Canard Encahainé publicó que había sido fotografiado en cueros mirando a través de unos prismáticos el yate de Michael Schumacher. No se sabe si las fotos existieron o si las presiones del Elíseo impidieron su publicación, pero sí es cierto que se rozó el conflicto diplomático con Alemania porque el piloto de fórmula 1 traspasaba sin complejos el perímetro de seguridad marcado por la Presidencia.

Más que un lugar de vacaciones, para Nicolas Sarkozy, Brégançon era una suerte de Elíseo veraniego, un despacho en el que reunía a sus ministros en plena crisis internacional. François Hollande, antecesor de Macron, aportó la novedad de abrir el recinto al público en el año 2014. El éxito fue enorme. Acudieron 55.000 personas.