Más allá de la rutinaria nota en los medios especializados, el inicio del rodaje de una película no suele armar más ruido que el alimentado por la prensa local de la ciudad donde se plantan las cámaras a cuento de tan exótica experiencia urbana para vecinos y viandantes. Sin embargo, Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972) gritó hace dos semanas en las calles de Salamanca el primer «¡acción!» de su próximo largometraje y, de repente, a la historia le ha salido una trama paralela.

Sabedores de que uno de los personajes de la cinta será el general franquista José Millán Astray, a quien dará vida Eduard Fernández, un grupo de veteranos legionarios de la Plataforma Patriótica Millán Astray ha alzado la voz para prevenir al cineasta y amenazarle con un infierno de demandas y boicots si el fundador de la Legión no es tratado como creen que se merece.

Todavía no ha nacido y la próxima película sobre la guerra civil española ya se cuece en el caldero de la polémica. En Mientras dure la guerra, Amenábar pretende relatar los últimos seis meses de la vida de Miguel de Unamuno, exactamente los comprendidos entre el inicio de la contienda y su muerte, ocurrida el 31 de diciembre de 1936.

En ese tiempo, el pensador vasco, que en la película tendrá los ojos y la voz de Karra Elejalde, asistió con pavor a la trágica página que se disponía a vivir España y protagonizó algunos de los lances que mejor la ilustran, como el histórico encontronazo que mantuvo con Millán Astray el 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. El grito de «¡venceréis, pero no convenceréis!» lanzado por el intelectual, contestado con un «¡viva la muerte, muera la inteligencia!» por el militar, forma parte de la memoria admitida de aquel tiempo.

Recientemente, un estudio firmado por un investigador salmantino ha negado la veracidad de este cruce de soflamas, por otra parte nunca dado por cierto por los adeptos al viejo régimen. Envalentonados con la eficacia de su gabinete jurídico -el año pasado lograron parar la orden de Manuela Carmena de borrar del callejero de Madrid a Millán Astray-, los veteranos legionarios han puesto ahora en el disparadero al creador de Tesis. «No vamos a pasar ni una para defender a nuestro fundador. De seguir en esta línea de la mentira, el ridículo del director, como de los productores y de la película, va a ser cósmico», le han advertido por burofax.

Ocho décadas después del último tiro, Amenábar va camino de convertirse en mártir postrero de la guerra civil. A su cine, ciertamente, nunca le ha valido la etiqueta de cómodo. Unas veces por su querencia al susto -en títulos como Los otros o Regresión, su última obra-, otras por su afición a tocar asuntos controvertidos -la eutanasia en Mar adentro, la criogenización en Abre los ojos- el realizador se distingue por su empeño en remover al espectador en su butaca. Pero si bien las suyas suelen ser películas inquietantes, ni los temas que eligió en el pasado, ni los enfoques que planteó, buscaron nunca la polémica.

Ahora tampoco. Amenábar ha dicho que fue su fascinación por Unamuno lo que le llevó a escribir el guion de la película. Lo terminó hace dos años, cuando el autor de la generación del 98 no despertaba el interés que ha empezado a generar, ni los leales partidarios de Millán-Astray se percibían tan fuertes como se sienten ahora para reivindicar su figura hasta en los tribunales.

Por su perfil, el Unamuno de Amenábar se asemeja a la Hipatia que retrató en Ágora, su quinta película. Suerte que entonces nadie alzó la mano para defender a los cristianos integristas del siglo V que acabaron vilmente con su vida. Amenábar está lejos de ser un director picajoso que busque meter dedos en ojos ajenos o exponerse a rifirrafes políticos. Tampoco su carácter destaca por sus aristas. Casado en el 2015 con su novio durante cinco años, de quien se ha separado hace pocos meses, esperó al 2004 para anunciar que era gay y es esta, la de la defensa de los derechos de los homosexuales, la única bandera que se le ha visto enarbolar públicamente.

Perfil bajo

Fuera de las cámaras, sus pasos se distinguen por la discreción y el perfil bajo, la personalidad más alejada que se pueda imaginar de una apasionada disputa guerracivilista.

Con un Oscar y nueve Goyas en su poder, es uno de los cineastas españoles más internacionales del momento. De hecho, no rodaba en su lengua desde Mar adentro (2004). De cómo se resuelva su desencuentro con los forofos de Millán Astray dependerá que le queden ganas de repetir la experiencia. De momento, su productora ha avisado: del guion no se cambia ni una coma.