Un día, en La Aurora -el bar del barrio madrileño de Malasaña donde el Gran Wyoming solía abrevar y cantar junto a su compinche Reverendo en los primeros años 80-, un hombre le dijo: Por encima de todo, tú serás un buen testigo. "En esa época se hablaba mucho en los bares porque no había móviles y el alcohol era barato, pero aquel tipo tenía razón. Como el trabajo nunca me ha alienado, he podido dedicarme a ser testigo de lo que pasaba a mi alrededor", reconoce el presentador de El Intermedio (La Sexta).

Con esa vocación de notario, aunque con un ánimo mucho más travieso, el Gran Wyoming ha levantado acta de lo que vio y vivió entre 1972 y 1982 en La furia y los colores (Planeta), su reciente libro de memorias. Lo presentó este miércoles en Madrid en un acto que tuvo más espíritu reivindicador que nostálgico. "Hoy es 20-N, pero permítanme que no guarde un minuto de silencio. Tal día como hoy murió Durruti, aunque ya nadie se acuerde de él", soltó nada más empezar.

Según figura en su DNI, José Miguel Monzón nació en Madrid en 1955, lo que indica que vivió sus primeros veinte años bajo la dictadura de Franco. Sin embargo, esto no le impide afirmar categórico que le tocó vivir los mejores años de la historia de la Humanidad. "No solo no había guerras. Además, la evolución social apuntaba siempre hacia arriba, no como ahora. La mujer se incorporó a la vida civil. Hasta entonces, la opinión de la mujer no había contado para nada. Yo he visto con mis ojos al talibán español", recuerda.

Ansias de libertad

Ansias de libertad En aquel ambiente de avance y progreso, en la memoria del presentador conviven los pasajes de represión más brutal con las expresiones más rabiosas de ansia de libertad. "En la universidad vivías con normalidad que de vez en cuando desapareciera un compañero delatado por un poli infiltrado. A mí, que llevaba el pelo por la cintura, la policía me preguntó en un bar si era un hombre o una mujer antes de darme una paliza", cuenta sobre sus años de estudiante de Medicina.

Sin embargo, en la mirada que lanza sobre aquellos, los colores del título del libro priman sobre la furia. "En cuanto pudimos, nos dedicamos a hacer un uso de la libertad como si se tratara de un bien perecedero", recuerda.

Aunque su ecosistema estaba cargado de política, al presentador nunca le tentó la militancia. "Me libré porque a los 17 años viajé a Ámsterdam. Llegué con los zapatos castellanos que me puso mi madre y probé las sustancias alucinógenas, y ya no pude entrar de nuevo en vereda. Militar era muy jodido, yo estaba en otra dimensión", rememora.

Su dimensión era el rock, estilo musical y leit motiv que profesaba con la fe de los conversos en los años previos a la eclosión de la Movida madrileña. "En los barrios humildes oíamos a Rosendo y a Burning, la gente bien no hacía esas cosas. Luego, los hijos de la clase media entraron en la música, pero la Movida empezó siendo algo muy de vanguardia y reducido. A Alaska le tiraron de todo en Las Ventas, aunque al año siguiente esos mismos se peinaban como ella. Como movimiento social, la Movida siempre me pareció pseudopijillo", analiza.

Ácrata

Ácrata En esos años, él militaba en el grupo de rock Paracelso. Uno de sus primeros conciertos fuera de Madrid lo ofrecieron en las fiestas de Bilbao, donde tuvo experiencias cercanas a la epifanía. "Veníamos de actuar en salas pequeñas. De repente, teníamos delante 15.000 personas cantando aquello de Carrero Blanco voló, y en el alero quedó, y luego hacían cola en las barracas para jugar al tiro al facha. No es que hubiera más libertad que ahora, es que en aquel vacío de poder, la autoridad no tenía huevos de imponerse", compara.

Declararse ácrata no impide al Gran Wyoming tener un juicio muy definido sobre la evolución política que ha trazado el país en los últimos 40 años. "Se ha escorado a la derecha de manera brutal. Antes, para ser rojo tenías que ser marxista. Ahora, con no ser racista, ya te lo llaman", afirma. Sobre la emergencia de Vox, su diagnóstico es igual de concluyente. "No son paracaidistas, estaban en el PP, pero ahora tienen más visibilidad. No les molesta que lleguen inmigrantes, sino que se legalicen, porque entonces no pueden esclavizarlos. Quieren convertir el sur de España en los nuevos campos del algodón de Georgia", afirma.