Una disparatada entrevista de Paulo Coelho publicada hace unas semanas en el suplemento XL Dominical tiene todos los ingredientes para convertirse en la coña global de este verano. Tenemos a un personaje que es a la vez una industria editorial andante -ha vendido 225 millones de ejemplares de sus 20 novelas en 170 países y 81 idiomas- y un pelele del que medio planeta hace chanza por la vacuidad simplona de su discurso, cantera de pensamientos para envolver azucarillos.

Tenemos su último libro, Hippie, en cuyas páginas el multimillonario autor revive los años de la década de los 70 en los que viajaba de Ámsterdam a Katmandú movido únicamente por el verde de la hierba, no por el del dinero. Y tenemos la pregunta obligada: «¿Sigue siendo hippie?» Después de tres décadas ejerciendo de celebridad literaria mundial e infinidad de entrevistas, el escritor brasileño debía esperársela tanto como la siguiente, inevitablemente alusiva a la contradicción que entraña declararse un flower power y vivir como un tiburón de las finanzas en una de las mejores mansiones de Ginebra (Suiza).

Al verse reflejado en el espejo que le puso delante la periodista Virginia Drake, la primera reacción de Coelho fue creer que podía ventilar el lance con una de sus frases de taza de desayuno y defendió que ser rico no tiene nada que ver con estar forrado. Atrapado en la incoherencia, al segundo se puso furioso, pidió a gritos a la entrevistadora que borrara la conversación y empezara de nuevo y acabó reconociendo que ya no es un hippie, aunque minutos antes había dicho lo contrario.

La salida de pata de banco del creador de lemas como «no permitas que tus heridas te transformen en algo que no eres» delata a un autor que no lee lo que escribe y vive de forma muy distinta a cómo piensa. Coelho lleva 30 años proclamando que hay que ser honesto con uno mismo y positivo con los demás, pero dos simples preguntas al principio de una entrevista promocional han servido para mostrarle como un personaje confuso e inseguro, más próximo a la histeria que al buenrollismo que destilan sus escritos y mucho menos conocedor de la condición humana que lo que se desprende del tono categórico de sus sentencias.

Con las ganas que le tienen sus críticos, no es de extrañar que sus respuestas hayan sido adecuadamente destripadas en las redes sociales, donde lo más amigable que se ha dicho de ellas es que parecen una parodia del personaje hecha a posta. Buenas son las redes cuando huelen sangre fresca brotando de una presa fácil, y Coelho, que es un ídolo digital sin igual -tiene 30 millones de amigos en Facebook, 15 millones de followers en Twitter y en Instagram le siguen un millón y medio de usuarios- es también una de las figuras públicas más recurrentes para hacer a su costa todo tipo de chistes virales. Cuenta con millones de lectores en todo el mundo, pero nada que ver con el número de personas que en algún momento han recibido en sus móviles un meme con su rostro sobre un fondo negro junto a alguna frase demencial, y por supuesto apócrifa.

Todo vale -la entrevista también- si sirve para engrandecer a un personaje que lleva 71 años-nació en 1947 en Río de Janeiro--sacando petróleo de su experiencia. Hijo de un ingeniero y una museógrafa, su carácter rebelde en la adolescencia le llevó a ser ingresado varias veces en centros psiquiátricos, donde incluso recibió, cuenta, sesiones de electrochoque. De joven conoció el éxito como letrista de canciones, pero también la cárcel y la tortura por escribir panfletos anticapitalistas y frecuentar ambientes contraculturales en plena dictadura brasileña.

EUROPA PSICODÉLICA / Un contrato de trabajo en una discográfica le permitió descubrir la Europa psicodélica de los 70, años que relata en su último libro, y un iniciático viaje por el Camino de Santiago le persuadió, en la segunda mitad de los 80, de que lo suyo era la escritura inspirada en sus propias vivencias, aunque rebozada en espíritu de autoayuda.

Siguiendo esa receta, a partir de su segunda novela, El alquimista, la obra más vendida de la historia de las letras brasileñas, Coelho se convirtió en un autor dotado de un olfato especial para construir relatos cargados de pasión, esoterismo, sueños vitales y, sobre todo, de personajes en busca de sí mismos que con tesón y un vademécum de sabios consejos acaban encontrando su camino. Agua de mayo para tanto lector perdido como habita este planeta. Acababa de descubrir la mina de oro que 20 títulos después sigue dando sustento a su imperio. Nada que una entrevista fallida pueda hacer temblar, aunque el personaje haya quedado en evidencia.