No abundan los músicos que saben reinventarse tras haber tocado la cima. Muchos lo vuelven a intentar con carreras que no pasan de discretas, se reciclan como productores o viven simplemente de rentas. No es el caso de Dave Grohl, quien se subió al pico de la montaña como batería de Nirvana y, cuando tenía todos los números para despeñarse tras el suicidio de Kurt Cobain, encontró en su propia voz la terapia que necesitaba para salir del agujero. «Entré en un período muy oscuro en el que ni siquiera podía escuchar la radio porque me rompía el corazón», le dijo hace unos meses a la CBS. Grohl hizo las maletas para quitarse de en medio una temporada y puso rumbo a Irlanda, hasta que un día se cruzó con un autoestopista con una camiseta de Nirvana. «En ese momento pensé: ‘Tengo que hacer algo’». Y vaya si lo hizo.

Han pasado casi cinco lustros desde que saliera a la venta el primer disco de Foo Fighters, un álbum de espíritu DIY [hágalo usted mismo] en el que Grohl hizo de todo. Escribió las canciones, las cantó y grabó prácticamente todos los instrumentos. Ni siquiera tenía una banda, reclutada a posteriori para tocar el disco en directo. Pero aquel proyecto personal acabó dando pie a una de las bandas de rock más grandes del universo, con una docena de discos de estudio, giras en estadios, reconocimiento planetario y un directo atronador que nunca decepciona. Todo ello en paralelo a la transformación de Grohl, que pasó de ser el bufón de Nirvana, el hombre que rompía los silencios con un inagotable repertorio de historias jocosas, al rockero más carismático desde la desaparición de Lemmy Motorhead.

EL MEJOR TRABAJO / Un personaje inusual porque huye de la tontería de otros ejemplares de la fauna rockanrollera. Frente a los divos atribulados, eternamente insatisfechos o empeñados en escribir su epitafio antes de tiempo, Grohl es un tipo abrumadoramente normal y decente, en perpetua celebración de la vida, con una labia insuperable y vocación de arqueólogo musical, como plasmó en el documental Sonic Highways, en el que traza una historia de música norteamericana a través de los estudios donde se escribieron sus grandes páginas.

«¿Cómo podría quejarme de lo que tengo? Me puedo pasar el día sentado hablando de rockanroll, luego me voy a tocar con mis amigos y me parto el culo en los camerinos hasta que es hora de tomarse una cerveza y poner a cantar a 80.000 personas conmigo. Eso no es trabajo», dijo hace algún tiempo el líder de Foo Fighters. Esta semana ha cumplido los 50 años, vive con su segunda mujer y sus tres hijos en el valle de San Fernando, acunado entre las colinas que sobrevuelan Los Ángeles. Tiene una casa familiar, un coche familiar y una existencia familiar. «No me vuelvo loco con los excesos de las estrellas de rock», dijo en una entrevista a Rolling Stone. «Cuando Nirvana se hizo popular, yo vivía en una casa de alquiler con un amigo. Tenía un futón, una lámpara y un armario. 10 millones de discos después, seguía en esa misma habitación, con el futón, la lámpara y el armario».

Grohl dejó las drogas a los 20 años, básicamente el ácido, las setas y la marihuana, porque nunca probó la heroína ni la farlopa. Lo que no quita que antes de salir al escenario se ponga a tono con un elaborado ritual de cerveza y chupitos. «Para mí la clave está en sobrevivir», concluye.