En no pocas ocasiones, el exfutbolista y hoy presentador y comentarista deportivo Michael Robinson se ha definido a sí mismo como «un tipo atípico». No le faltan razones para defender su naturaleza heterodoxa: nació en Leicester (Reino Unido) en 1958, pero se declara «gaditano del barrio de La Viña»; como delantero hizo fortuna en el área chica, territorio propicio a la impostura, pero jura que nunca simuló un penalti y la moviola no le desmiente; el fútbol le hizo campeón europeo, pero la fama la encontró en un plató de televisión; en la pantalla transmite la impronta del guasón que se sabe todos los chistes, pero en persona se confiesa serio, tímido e introvertido.

La última originalidad de ese bicho raro llamado Michael Robinson ha consistido en anunciar que padece un cáncer con metástasis como si comentara un lance de un partido de fútbol. Lo hizo este pasado lunes en el programa La Ventana de la cadena SER, donde es colaborador, y a renglón seguido se animó a gastar bromas acerca de los posibles efectos benéficos de la quimioterapia sobre su dificultad para pronunciar la letra erre. El inglés explicaba que en octubre notó que tenía un bulto en una axila y luego le dieron «unas noticias tremendas».

El anuncio ha generado una de esas inusuales oleadas de cariño que solo se dan cuando el personaje en cuestión es diez veces más querido que admirado por el público. Y es que salvo entre los madridistas ultras que le consideran del Barça y los culés acérrimos que le creen merengue, es prácticamente imposible encontrar a alguien que hable mal del inglés. Hasta los más puristas del lenguaje le perdonan que después de 30 años viviendo en España siga manejando el idioma como un guiri recién aterrizado.

A un delantero no se le pide caer bien sino ser un killer, sin embargo Michael Robinson ha sacado más provecho de su simpatía que del instinto asesino que se presume en un 9. Todo sea que su brújula nunca haya apuntado a la victoria o al éxito, sino al cariño de la gente. Criado en los alrededores del hotel que su familia regentaba frente a la playa de Blackpool, a una hora de Liverpool, el día que su padre le llevó a ver su primer partido de los reds, le soltó: «Papá, yo quiero ser futbolista». Pero no era el futuro delantero el que hablaba por aquella boca, sino el niño que quedó sobrecogido al salir al graderío y escuchar a Anfield cantar a pleno pulmón You’ll never walk alone. Los que lo han vivido aseguran que existen pocas expresiones de afecto comunitario que se le parezcan.

Proletario del balón/ El fútbol le dio triunfos, dinero y un nombre: ganó una Copa de Europa, una Copa de Inglaterra y una Liga inglesa con el Liverpool tras jugar con el Preston, el City, el Brighton y vestir 24 veces la camiseta de Irlanda por su ascendencia irlandesa, pero ningún éxito logró borrarle cierto aire de proletario del balón que siempre le ha acompañado. En el otoño de su carrera, a la hora de elegir retiro dorado, rechazó suculentas ofertas para irse a meter sus últimos goles con el Osasuna, equipo que no sabía situar en el mapa pero que, según ha confesado, le provocó un pálpito: «Sentí que aquí me iban a querer más, me vine por romanticismo». Una lesión de rodilla aceleró su abandono de los terrenos de juego a los 30 años.

Los micrófonos suelen irrumpir en la vida de los deportistas más locuaces con la promesa de un nuevo oficio después del retiro. En el caso de Robinson, más que su locuacidad, fue su espontaneidad, y sobre todo su marcado acento foráneo, lo que dio perfil propio a su incipiente carrera de comentarista. Debutó reseñando los partidos del Mundial de Italia de 1990 y un año más tarde fichó por El día después (Canal+), el programa que le cambió la vida. No solo porque le descubrió al gran público, sino porque acabó definiendo su estilo: más que el análisis técnico y profesional, su fuerte es el tono cordial y el comentario jocoso, una aproximación al deporte que se fija más en la persona que en el resultado.

EL CAMBIO / Tras el precipitado final de El día después en el 2005, que vivió como si le hubieran quitado un hijo -«lloré más que cuando me echaron del fútbol», ha reconocido-, el comentarista ha encontrado la horma de su zapato en los dos programas que actualmente dirige y presenta: Informe Robinson, en Movistar+, y Acento Robinson, en la cadena SER. Ambos giran alrededor del deporte, pero que nadie espere oírle glosando las gestas de los ganadores, sino contando historias menores, a menudo protagonizadas por los perdedores, que normalmente no acaparan los grandes titulares.

Esa mirada humana y a ras de suelo le hizo acreedor del premio Vázquez Montalbán de periodismo deportivo el año pasado y tiene mucho que ver, junto a su talante entrañable, en el unánime abrazo que ha recibido esta semana tras anunciar la enfermedad que padece. El último se lo ha brindado el Ayuntamiento de Cádiz, que acaba de nombrarle hijo adoptivo.

Su relación con esta ciudad y con su equipo local, del que llegó a ser consejero y director deportivo, da la medida del personaje. ¿Qué pinta un inglés trajeado con acento británico vinculado a esta esquina sureña de Europa? «Me enamoró la forma que tiene esta gente de afrontar la vida. Aquí la gracia sale natural, Cádiz tiene duende», ha razonado. En la batalla que se dispone a librar contra el cáncer, y que ha prometido ganar, hasta el duende gaditano está de su lado.