La voz de la actriz y directora romana Asia Argento se alzó para denunciar las agresiones sexuales de Harvey Weinstein, una revelación pública de violación que hizo por primera vez en octubre del año pasado y que ayudó a dar fuerza a un movimiento, #MeToo. Una fuerza que en menos de un año ha cambiado el diálogo y el debate global sobre abusos sexuales y, también, de poder. Ahora, la acusada de agresión sexual, a un menor, es ella. Argento, de momento, calla. Y el movimiento sufre el golpe.

El domingo, The New York Times reveló que el pasado abril Argento, de 42 años, alcanzó un acuerdo para pagar 380.000 dólares (332.000 euros) a Jimmy Bennett, un músico y actor de 22 años, que le acusó de haberle asaltado sexualmente en un hotel de California en mayo del 2013, cuando ella tenía 37 años y él, con 17 años recién cumplidos, no alcanzaba la mayoría de edad legal para permitir consentimiento.

Argento conocía a Bennett desde niño. En el 2004, cuando él tenía 7 años, interpretó a su hijo en El corazón es mentiroso, película que ella dirigió y coprotagonizó. Desde entonces habían mantenido una relación esporádica pero cercana, con ella como mentora y ambos hablando públicamente en términos materno-filiales.

Fue en noviembre, un mes después de que Argento detallara las agresiones sexuales de Weinstein en un artículo en The New Yorker, cuando un representante legal de Bennett envió al abogado que entonces representaba a Argento una notificación anunciando la intención de demandarle y reclamar 3,5 millones de dólares. Según el abogado del actor, verla bajo los focos en el caso Weinstein resucitó en él sentimientos traumáticos del encuentro del 2013. Y valoraron en esa cantidad el precio no solo de la agresión sexual sino del daño emocional que le provocó y las pérdidas salariales posteriores que le atribuyen.

Según el Times, que recibió documentación legal del caso de forma anónima y encriptada, la versión de Bennett asegura que aquel día el adolescente llegó al hotel acompañado de un pariente. Argento instó a este a dejarles solos, luego dio alcohol al menor, le enseñó notas que había escrito sobre él, le besó, le tumbó en la cama, le quitó los pantalones y le practicó una felación. Después se subió encima y hubo coito. Más tarde le pidió que tomara fotos.

Los dos comieron juntos y ella colgó en Instagram un par de sus fotos, celebrando como «el día más feliz» de su vida la reunión con Bennett, al que como en otras ocasiones anteriores llamó «mi hijo, mi amor». Cuando Bennet volvía a la casa de sus padres, con quienes vivía, empezó a sentirse según los documentos «extremadamente confuso, mortificado y asqueado».

El acuerdo que acabó firmando en noviembre Argento no obliga a ninguna de las partes a mantener confidencialidad. De hecho, según la información del Times, fue la propia italiana quien decidió no perseguir el camino de la confidencialidad porque, en palabras de su abogada, «sentía que era inconsistente con los mensajes públicos» que Argento había lanzado contra ese tipo de pactos de silencio, una de las herramientas que usó Weinstein para acallar a sus víctimas.

Ayer, las dos partes implicadas seguían sin hacer declaraciones públicas. En las redes, numerosas personas que han atacado a Argento han expandido su caso para tratar de despreciar #MeToo como un movimiento hipócrita. Otras, han pedido que no se extrapole. Entre quienes ha hablado se cuenta Rose McGowan, la actriz que está entre las otras 87 mujeres que también acusaron a Weinstein. «Mi corazón está roto», ha escrito en Twitter, prometiendo continuar su trabajo «a favor de las víctimas en todos sitios». Horas después ha pedido calma. «Ninguno sabemos la verdad y seguro que se revelarán más cosas». También Tarana Burke, la mujer que lanzó #MeToo antes de que el movimiento adquiriera dimensión global con Weinstein, ha aplaudido a «valientes hombres jóvenes que ahora están denunciando» y ha vuelto a subrayar la necesidad de ir más allá de casos individuales.