Ya había anunciado su despedida como actor hace dos años, pero ahora lo confirma, cumplido el rodaje de la que será la última película de su carrera, The old man & the gun. Robert Redford se despide de la interpretación en la piel de un atracador de bancos a lo Robin Hood, un septuagenario que todavía tiene arrestos para seducir a la veterana Sissy Spacek. Su último papel, genio y figura guste o no, es totalmente consecuente con ese personaje que lleva más de 50 años interpretando, el idealista atractivo levemente irónico y distante que se toma muy en serio el amor (que no el sexo, Redford siempre fue un romántico pero no un tipo sexi). Ahora, a punto de cumplir los 82 años -lo hará el próximo 18 de agosto- asegura que hasta aquí ha llegado en eso de envejecer cara al público. «Nunca digas nunca jamás, pero esto es el fin para mí en cuanto a actuación. Me voy a jubilar porque he estado haciendo esto desde que tenía 21 años», declaró a Entertainment Weecky. Ha apurado bastante, hay que reconocerlo. Pero no hay muchos intérpretes de la cosecha de 60 y 70 que hayan conseguido llegar por su propio pie a la tercera edad con estatus protagonista.

Nadie le puede discutir la etiqueta de chico de oro del Hollywood. Ha sido una estrella, más que un actor apabullante. Y en la mayoría de las veces, la razón por la que abuelas, madres, hijas y sus amigos gays acudían a ver películas en las que lo que había que admirar era él: Tal como éramos, Dos hombres y un destino o Lejos de África. Redford cruzó los peligrosos y tormentosos años 60 sin despeinarse con su apariencia de chico de orden. En los tiempos en los que otros colegas se hinchaban a drogas o se manifestaban contra Vietnam, él pasó sin significarse políticamente apenas en nada. Lo de ejercer de director comprometido, el realizador progresista que luego George Clooney tomaría como modelo, vendría mucho más tarde.

Nació no muy lejos de Hollywood, en Santa Mónica, llegó a la Universidad gracias a una beca de béisbol y a lo largo de la década de los 50 era un habitual de las series televisivas que se rodaban en Nueva York. Allí fue descubierto por Broadway para protagonizar la comedia teatral de Neil Simon Descalzos por el parque, donde básicamente interpretaba a un chico muy soso que se deja arrastrar por una enloquecida Jane Fonda. Ella, naturalmente, era famosa desde el minuto uno, así que cuando en 1967 se planteó la versión cinematográfica la actriz exigió que él fuera su partenaire.

Pero el descubrimiento planetario de Redford no se produjo hasta dos años más tarde. Entonces sobre la mesa tuvo tres propuestas: El graduado, ¿Quién teme a Virginia Woolf? y Dos hombres y un destino y como es sabido se decantó por esta última. Nunca ha habido forajidos más guapos que Redford y Paul Newman. En pleno esplendor hippy y contestatario, lo que son las cosas, este wéstern limpio y más bien formalito fue la película más taquillera de 1969 y tan fructífera fue la fórmula que la pareja repitió cuatro años más tarde con El golpe. En la carrera como actor de Redford fue fundamental el encuentro con el director Sidney Pollack , en cierta forma, responsable del tipo de personajes que asociamos con el actor. Ahí están: Propiedad condenada, Las aventuras de Jeremiah Johnson -un intento a base de barba y barro de huir de su imagen-, Tal como éramos (de la que se desprende que si Redford es capaz de enamorarse de Barbra Streisand cualquier espectadora tiene su oportunidad), la excelente Los tres días del Cóndor en la que él y Faye Dunaway no podían ser más cool, El jinete eléctrico (otro encuentro con Fonda que repetirá en la fase final con Nosotros en la noche) y la apoteosis de Memorias de África: vuelos aparte, ahí está ese momento en que le lava el pelo a Meryl Streep. Sin olvidar la película que ha propiciado tantas y tantas vocaciones periodísticas: Todos los hombres del presidente.

TODA UNA VIDA / Errores como El gran Gatsby, que lo tenía todo para estar bien, pero no, hicieron que Redford decidiera tomar las riendas del asunto y pasarse a la dirección. Su debut, Gente corriente, en 1980 que le deparó un Oscar como director -el de actor siempre se le ha resistido- hacía temer lo peor, pero él ha llevado esa trayectoria más que dignamente. Sí le recordó la Academia en el 2002 con una estatuilla honorífica que reconoce sobre todo su última reencarnación como padre del cine independiente norteamericano a partir de la creación del Sundance Festival. Cuando la película Sexo, mentiras y cintas de video tras pasar por allí hizo que el debutante Steven Soderbergh lograra unos meses más tarde la Palma de Oro en Cannes, encendió las alarmas: una nueva era cinematográfica había empezado.

No todo el mundo está de acuerdo con esa imagen de pequeño magnate de la industria moderno y puesto al día. En términos generales su figura y su trabajo suelen contraponerse a la del «diabólico» y «déspota» Harvey Weinstein, en ese mismo terreno. El periodista y crítico norteamericano Peter Biskind aseguraba que a Redford le gusta mostrarse como uno más del grupo pero en realidad tiene una vertiente de rey absoluto.