Tampoco vamos a disimular la realidad, ya que Doris Day, fallecida este lunes a los 97 años en su casa californiana de Carmel Valley, no fue precisamente la actriz más progresista del cine estadounidense de los 50 y 60. Pero a pesar de que el recuerdo ha dejado impresa su imagen más almibarada y conformista, la de mujer que representaba un trasnochado American way of life en plena era de la guerra fría, Corea y Vietnam, la segregación racial y el idealismo de los Kennedy, hay otros aspectos menos blandos en su filmografía.

Volver a ver hoy las comedias a priori azucaradas que interpretó con Rock Hudson, los títulos más populares de su carrera -no de la de Hudson, que ya se había ganado su lugar en el mundo con los ácidos melodramas de Douglas Sirk, resulta un sano ejercicio. En Confidencias a medianoche (1959) -la única nominación al Oscar para Day-, Hudson es el soltero seductor y siempre disponible, que bebe whisky con tanta elegancia como lo hace Don Draper en Mad men y tiene en su apartamento revistas de moda y un coqueto tocadiscos. Pero es el personaje de Day quien acaba llevándolo a su terreno, reconquistándolo, quitándole sus privilegios para hacer prevalecer los suyos pese al happy end tradicional de la comedia.

En estos filmes, Day hizo la transición de la rom com (la comedia romántica) a la sex comedy de los años 60, más interesada en temas como la sexualidad femenina, las relaciones fuera del matrimonio o la píldora anticonceptiva. No es la imagen más rotunda de la mujer liberada, pero los personajes que representó acaban siendo los triunfadores. No era la Katharine Hepburn o la Claudette Colbert de la comedia de los 30, siempre intuitivas y activas, pero a pesar de representar una cierta vuelta al pasado en conceptos morales y matrimoniales, las películas que protagonizó en esos años (Mi marido se divierte, La indómita y el millonario, Pijama para dos, Su pequeña aventura, No me manden flores) resultan fundamentales para entender el cambio de valores sexuales en el conservador cine hollywoodiense.

ELECCIÓN O IMPOSICIÓN / Luego están Frank Tashlin y Alfred Hitchcock. Que en esta misma época contaran con ella puede deberse a dos cosas: elección personal o imposición de los productores. Fuera una cosa u otra, el vitriólico Tashlin, cineasta de la transgresión en materia sexual, la dirigió en las comedias Una sirena sospechosa (1966) y Capricho (1967).

Hitchcock fue otra cosa. En El hombre que sabía demasiado (1956) la convirtió en una de sus heroínas rubio platino, como Grace Kelly, Kim Novak, Eve Marie Saint y Tippi Hedren. Además de explotar muy bien sus virtudes musicales en la secuencia en la que canta a pleno pulmón la célebre Que será, será para descubrir el paradero de su hijo secuestrado, Hitchcock le otorgó uno de sus personajes más trágicos y elaborados.

Puede que el director la utilizará para ironizar precisamente sobre el conservadurismo que Day representaba, pero bordó el mejor papel de su carrera. A la actriz no le desagradó, ya que después compuso un personaje similar en el drama de intriga Un grito en la niebla (1960), en el que dio vida a la mujer de un influyente ejecutivo amenazada de muerte.

EL LADO OSCURO DE LOS ÁNGELES / Se atrevió con todo, lo que tiene mérito. Incluso interpretó a la pistolera Calamity Jane en un wéstern titulado entre nosotros Doris Day en el Oeste (1953). Su último filme es la comedia de enredos Anoche cuando se apagó la luz (1968).

Su vida familiar no fue excesivamente revoltosa, a pesar de que Day tuvo cuatro matrimonios. Con el primero de sus esposos, Albert Paul Jorden, tuvo un hijo, Terry Melcher, también artista, ya que fue productor de rock psicodélico y colaborador de The Byrds y The Beach Boys. A través del beach boy Dennis Wilson, Melcher conoció a Charles Manson, lo introdujo entre músicos y actores y estuvo a punto de producirle un disco. De haberse hecho realidad, a Doris Day le habría dado un patatús.