La primera derrota de la Liga de Campeones resultó suficiente. La primera significó la despedida de la competición, así de voluminosa fue. El Barça cayó de nuevo con estrépito, mayor si cabe por los precedentes de anteriores temporadas y por producirse ante un rival inferior. No habrá repercusiones pese a que las proporciones del despropósito de Roma atañen a todos los estamentos futbolísticos del club: desde el palco al césped, pasando por las salas de reuniones de los ejecutivos, el despacho del entrenador y el vestuario donde se visten los futbolistas. Pero la temporada sigue vive con la posibilidad del doblete.

La Champions del 2015 brindó la victoria electoral a Josep Maria Bartomeu, que resumió su candidatura con la foto del triplete y del tridente. No queda nada. El triunfo fue un islote, acaso una nostálgica anécdota. Desde entonces, el equipo ha caído en los cuartos de final cada año: dignamente ante el Atlético, estrepitosamente en Turín (3-0) y Roma (3-0). Antes (12-13), el Bayern había arrasado al grupo de Tito Vilanova y el Atlético zarandeó en la vuelta al Barça de Tata Martino (13-14). Solo con Guardiola (dos títulos y dos semifinales del 2009 al 2012), el Barça estuvo a la altura de lo que se espera de él.

La foto del once titular remite a la alineación de Berlín. Solo Semedo y Umtiti han llegado después. Valverde no confiaba en nadie más de los que alineó, dando a entender de que no se fía del banquillo ni lo considera de garantías. Tampoco lo creía Luis Enrique, lo que traslada parte del problema hacia el cuerpo técnico.

Pero el problema, de origen, se sitúa en el césped. Jugó la alineación de gala, la lista de jugadores que recitaría cualquier aficionado, sea del Barça o no, con la única salvedad de Semedo. Los titulares se creen titulares y los suplentes se sienten suplentes porque es el rol que acaban asumiendo, con lo que todos se acomodan. Los primeros no se sienten amenazados. No hay una competencia que eleve el nivel. Ni Valverde la ha forzado. Sus suplentes son los mismos que los de Luis Enrique. El recambio de Luis Suárez sería Paco Alcácer. Si el Atlético se hubiera enfrentado a la Roma, y a Simeone le disgustara la actuación de Diego Costa, le podría sustituir por Torres, Gameiro, Vitolo o Correa. ¿Yerry Mina fuerza el progreso de Piqué? ¿Digne, ahora lesionado, espolea a Alba? ¿Es Denis una amenaza para Iniesta? Ni siquiera Valverde ha corregido el bajón evidente de Umtiti retirándole en favor de Vermaelen. Alcácer entró en el minuto 84, junto con Dembéle, con la tragedia consumándose. La pasividad de Umtiti y Alba en el primer gol fue inadmisible, cuando el entrenador había pedido que no se permitiera un gol tempranero de la Roma. El penalti de Piqué a Dzeko fue una broma macabra. No le tocó en todo partido. Solo cometió esa falta. Esa. Umtiti ni una. Dzeko, evidentemente, jugó a sus anchas contra los dos centrales. Luego todos miraron a Semedo, que defendió con candidez el primer palo en el córner del 3-0 ante un Manolas que le sacaba once centímetros de diferencia.

Valverde no hizo nada ante la evidencia de que su mensaje no caló. Se quedó paralizado. Tenía a Paulinho, Denis y Gomes calentando. Llamó al primero y le relevó por Dembélé. Reclamó al francés para que entrara, pero rectificó. Eligió a Gomes. Eusebio di Francesco sí que le dio vueltas al equipo y al dibujo. Colocó a los laterales (Florenzi y Kolarov) muy arriba y los cinco centrocampistas dominaron a los cuatro del Barça, mientras Schick, Dzeko y Nainggolan mantenían atrasada a la defensa del Barça, impidiéndole salir.

Di Francesco preparó el milagro. Valverde solo lo previno, adoptando medidas reactivas. Optó por Sergi Roberto para contener las subidas de Kolarov en lugar de elegir a Dembélé para impedirlas. El 4-4-2 de manual que usa no ha corregido la tendencia de hace varios años: la dependencia, el poder, la autoridad, el ascendente de Messi. Ningún jugador contempla ninguna acción de ataque que no sea pasársela a él, lo que acaba condicionando y limitando el juego, reduciéndolo.

Las eliminaciones del Barça coinciden con eliminatorias en las que no ha marcado él. Y si no marca él, no marca nadie. Dos goles en los cinco partidos como visitante ha anotado el Barça en la Liga de Campeones. El autogol de Coates (Sporting) y el de Leo al Chelsea. El mejor futbolista de la historia ha logrado un título europeo en los últimos siete años.

El mayor problema del Barça, más allá del silencio general del club esquivando responsabilidades, es que está obligado de nuevo a invertir en capital humano para elevar el nivel futbolístico. 500 millones después (desde el año 2014) no tiene mejor plantilla. En la cantera se vive un desastre, no se perfilan alternativas para cubrir aunque sean huecos. Los fichajes de Griezmann y Arthur no parecen suficientes para augurar que no se repetirá semejante fracaso. El Barça que se coronó en Roma en el 2009 ascendía hacia la gloria. El del 2018 sigue cuesta abajo.