En alguna ocasión, Gerard Piqué ha atribuido su llegada al FC Barcelona en el verano del 2008 y su triunfal carrera posterior a un error que cometió el 24 de noviembre del 2007. Jugaban aquel día el Bolton y el Manchester United y el central catalán, que vestía la camiseta de los red devils, midió mal el salto en una jugada a balón parado y no pudo despejar el balón, que llegó limpiamente al trashumante delantero francés Nicolas Anelka. Control, remate y gol. El United acabó perdiendo ese partido por 1-0 y sir Alex Ferguson no necesitó recurrir a su tradicional terapia del secador de pelo (esas coléricas reprimendas a gritos a escasa distancia de la cara del futbolista) para dejarle claro a Piqué que en adelante sus opciones de tener minutos iban a verse drásticamente disminuidas. Una pérdida de confianza que resultó determinante en la decisión del jugador de regresar a casa al acabar la temporada.

Ha pasado más de una década y Piqué vuelve por fin al estadio en el que debutó como profesional. La última vez que el Barça y el Manchester United se encontraron en una eliminatoria europea, el central formaba todavía parte de los diablos rojos, aunque las negociaciones para su vuelta a Barcelona ya estaban muy avanzadas (una circunstancia que llevó a Ferguson a dejarlo fuera del once pese a que la lesión de Nemanja Vidic le abría las puertas de la titularidad). Por supuesto, Piqué pudo enfrentarse a su antiguo equipo, y ganarle, en las finales de la Champions del 2009 y el 2011, pero lo hizo lejos de Old Trafford, el escenario en el que, pocos días antes de pifiarla ante el Bolton, había marcado su primer gol en la Liga de Campeones (contra el Dinamo de Kiev, con victoria mancuniana por 4-0).

NOSTALGIA EN EL TEATRO DE LOS SUEÑOS

Me hizo mucha ilusión que en el sorteo nos tocara el Manchester United, porque en los últimos años habíamos estado en casi todos los grandes estadios ingleses los del Arsenal, el Chelsea, el Tottenham, el City- pero no en este, subrayó en su encuentro con la prensa el tercer capitán azulgrana, que admitió que recorrer de nuevo los accesos del Teatro de los Sueños y ver las cosas que aún permanecen igual le había provocado un inevitable sentimiento de nostalgia. Pero ahora llevo una camiseta diferente, que es la que he vestido casi siempre y la que representa al club de mi vida. Siento mucho cariño por el United y espero que las cosas les vayan bien, pero vengo para ganar la eliminatoria con el Barça.

Gerard Piqué llegó a Manchester con 17 años y abandonó la ciudad con 21 (con el paréntesis de una temporada cedido en el Zaragoza). En ese tiempo pasé de ser un niño a ser un adulto relata-. Aprendí muchísimo, dentro y fuera del campo. Viví mis primeras experiencias como futbolista profesional al lado de grandes jugadores Ryan Giggs, Paul Scholes, Rio Fedinand, Gary Neville, Ruud van Nistelroy, Wayne Rooney y Cristiano Ronaldo, por citar algunos y también hice mis primeras locuras. Cuando volví a Barcelona, era una persona nueva.

NOVATADAS Y LECCIONES

Sobrevivir en aquel vestuario de leyenda no era un trabajo para pusilánimes. En su primer entrenamiento con el equipo, Piqué tuvo que ver cómo la valiosa camisa con la que había llegado a las instalaciones del club era utilizada como blanco en un concurso de balonazos. Bienvenido al Manchester United, novato. Pocos meses después, ya era él el que lideraba las bromas, aunque estas no siempre fueran del mejor gusto: quemarle unas botas nuevas a Patrice Evra, por ejemplo, tal vez no fue una buena idea, a juzgar por la tempestuosa reacción del lateral francés.

Claro que para tempestuoso, el carácter de Roy Keane. La bestia de Cork. El capitán del equipo. El tío que, después de lesionarse de gravedad en un choque con Alf-Inge Haaland (que, para mayor afrenta, acusó al irlandés de fingir), esperó cuatro años antes de vengarse con una brutal entrada que acabó con la carrera futbolística del noruego. Y que un tiempo después, en su autobiografía, escribió: Me arrepiento de muchas cosas en mi vida. Esa no es una de ellas. Pues bien, ese Roy Keane fue el encargado de impartirle al joven Gerard una de sus primeras lecciones de disciplina el día en que el catalán coló en el vestuario de Old Trafford un teléfono móvil (algo totalmente contraindicado en aquella época) y el aparato empezó a vibrar en plena charla del capitán. No he pasado tanto miedo en un vestuario en mi vida, llegó a confesar el central, que aún hoy escucha los gritos de Keane cuando tiene una mala noche.