Julio Cardeñosa (Valladolid, 1949) es y será para los restos el 10 del Betis, en el que hizo escuela entre 1974 y 1985, y uno de los jugadores más talentosos de la historia bética que, paradójicamente, quedó estigmatizado para los profanos como quien no anotó un gol a Brasil en el Mundial de Argentina 1978.

Ese 7 de junio de 1978, Cardeñosa intentó cambiarse el balón a su pierna buena -la otra era para apoyarse-, la izquierda, y le dio tiempo al brasileño Joao Justino Amaral dos Santos a sacarle el balón, lo que convirtió en uno de los más acrisolados ejemplos de la figura del chivo expiatorio al Flaco, símbolo del Betis y uno de esos futbolistas merecedores de que se retire su dorsal.

Ese mismo 10 que el utillero Alberto Tenorio le dijo al llegar a Sevilla que había que ganarse es el que definió a este centrocampista que hizo mito a Rafael Gordillo y pichichi a Hipólito Rincón y que, ya en su debut como internacional en la llamada batalla de Belgrado presentó sus credenciales.

Ese 30 de noviembre en el que España se jugaba la clasificación ante Yugoslavia, el Flaco fue elegido por Ladislao Kubala por mediación de los pesos pesados del vestuario, José Manuel Martínez 'Pirri' y Juan Manuel Asensi, para que tuviera el balón y lo tuvo.

Y además, en el minuto 71 y tras un pase por dentro de Juan Gómez Juanito, se pegó una carrera inverosímil hacia la cal y se la puso en el tobillo de Rubén Cano para que rematase como pudo el gol de la clasificación al Mundial de Argentina.

Cardeñosa se quedó con la pelota de ese partido pese a que dos armarios yugoslavos intentaron quitársela y recibieron jarabe de palo del central español Migueli, quien protegió al Canijo con un par de puñetazos en los que no cupieron espinilleras.

Cardeñosa fue a Argentina junto con otro bético, Antonio Biosca, y con ninguno más de un equipo brillante que, por falta de plantilla para jugar Liga, Copa y Recopa, se fundió y se fue al pozo de la Segunda un año después de haber logrado alzarse con la primera Copa del Rey.

Desde el día aciago de Amaral, que tapó todas las carencias de la selección española y de la concentración de La Martona, el Flaco siguió jugando en el Betis hasta 1985, disputó la Eurocopa de 1980 y ocho partidos como internacional absoluto y dejó la impronta de su magisterio allí donde fue y donde no pudo ir, como el Barcelona como viejo anhelo de Johan Cruyff.

En Heliópolis hizo de todo en sus once temporadas en las que jugó 412 partidos oficiales y marcó 58 goles desde que lo pisó por primera vez en un mes de agosto en el que se homenajeó a otro de los mitos verdiblancos, la zurda de caoba Rogelio Sosa.

Tras retirarse en la temporada 1984-1985, trabajó en el club como secretario técnico, como formador en el equipo juvenil y en el filial verdiblanco y, en las últimas jornadas de la temporada 1989-90, como entrenador del primer equipo, con el que consiguió ascender a Primera División.

Después de ocupar banquillos como el del Córdoba y de que se frustrara su fichaje por el Écija, un problema de salud de su mujer le hizo replantearse todo y, por medio de un amigo, empezó a dedicarse a los seguros quien, de lejos, es seguramente el mejor diez de la historia bética y uno de los del fútbol español.