Después de cinco años en los que Ronaldo o Messi, con su atracción de estrella planetaria, se habían llevado los honores de la Champions League, el mariscal Jurgen Klopp ha acabado con la hegemonía. El Liverpool se ha coronado con el indiscutible liderazgo del alemán, que acapara reconocimientos y elogios tras encabezar el renacimiento de un viejo gigante, trascendental en la batalla por derrocar el orden establecido.

Es el merecido homenaje a un hombre, a una idea y a un equipo, no a una final. Klopp fabrica equipos de autor, con una marca reconocible e infalsificable, idóneos para empatizar con su personalidad extrovertida y su espíritu de juego rebelde y descarado. El técnico empezó a ganar la final justo después de perder la última, ante el Madrid, cuando arengó a su afición con un vídeo cantando, de madrugada, para digerir la derrota.

Sin embargo, entre las incongruencias del mundo, a veces hace falta una guerra para conseguir la paz, igual que Klopp se vio en la necesidad de, para consagrar una idea, entregarse a su antítesis. No hubo electricidad en el momento decisivo, no quedaba lugar para ella, en el momento de subir al trono se impuso la sobriedad que le diferenciaba del resto. Como un animal escarmentado a base de golpes, Klopp se refugió en la cautela para ganar. “Buscábamos aprovechar la experiencia”, empezó a explicar tras el partido. “Mirad, en las finales, normalmente, me siento aquí a explicar por qué hemos perdido. Pero esta vez no, no quiero explicar por qué hemos ganado, solo quiero disfrutarlo”, concluyó.

EL LÍDER

Klopp es la cabeza pensante de un proyecto que ha gastado mucho dinero en posiciones atípicas, pero en las que necesitaba reforzar: un central de jerarquía, poderío y mando, y un portero que aparece en los momentos clave: el partido ante el Nápoles en la fase de grupos, en la semifinal ante el Barça o en los minutos de mayor acoso del Tottenham en la final. A ellos fue a parar el dinero que pagó el Barcelona por un Coutinho al que el equipo sustituyó con el crecimiento colectivo al abrigo de su entrenador.

El entrenador alemán luchaba en la previa frente al resultadismo del fútbol que ahora mismo le encumbra. “Estoy feliz por mi familia, han sufrido viéndome perder cada final a la que llegaba”, dijo Klopp, entre una sonrisa incontenible y unas lágrimas incipientes, aún sobre el césped, justo después de ganar su primera final en siete intentos.

La fama era injustificada. Klopp ha completado su carrera, hasta ahora, siempre en equipos con déficits a los que ha mejorado. Empezó en el banquillo de un Maguncia 05, con el que jugó más de 350 partidos, que merodeaba por Segunda División y que terminó en competición europea. Un peldaño más arriba, devolvió al máximo nivel al Borussia Dortmund, con dos Bundesligas y una final de Champions, la primera, ante un Bayern de Múnich en la cúspide de su poder, deportivo y económico, que anunció el fichaje de dos puntales de su rival, Lewandowski y Goetze, antes del partido.

Llegó a Inglaterra en momentos complicados del club, en constante frustración con una Premier League que todavía se le resiste, pese a haber terminado este año con la tercera mejor puntuación histórica. En la lista de méritos del club hay que apuntar el seguir confiando en el proyecto de un equipo que no terminaba de despegar con un título. En el listado de méritos de Klopp en Inglaterra, el primero es haber devuelto al Liverpool a un nivel competitivo que no disfrutaba con cierta regularidad desde la época de Benítez, casi 15 años atrás, en lo que fue un oasis de rendimiento por encima de sus posibilidades de un club que no ha ganado la liga inglesa desde el año 90, con dos títulos europeos en 28 años, hasta ahora.