Que Leo Messi se presente a las puertas de la Semana Santa hecho un ecce homo tiene toda la lógica. No tuvo el argentino la mejor de sus noches en Old Trafford, el pasado miércoles, aturdido por el viaje que a la media hora de juego le pegó Chris Smalling, quien unos días antes del partido había asegurado que tenía la receta para parar al astro argentino. «Messi tiene una debilidad que solo yo conozco», dijo el central del Manchester United. Tal vez ese punto flaco secreto se lo había revelado el otorrinolaringólogo del capitán azulgrana, porque al final la manera de parar al 10 consistió en partirle la nariz de un manotazo después de golpearle el pómulo con el hombro.

Es verdad que antes de ese lance Messi tampoco había entrado mucho en juego, pero sí lo suficiente como para abrir un boquete en la nutrida defensa local en la jugada del autogol de Luke Shaw. Una acción, por cierto, en la que el Barça se reencontró con ese juego de toque y dominio abrumador que lo encumbró a lo más alto del fútbol mundial en los años de Pep Guardiola: a lo largo de 194 segundos, el balón pasó por los pies de todos los jugadores del equipo de Ernesto Valverde, que encadenaron 47 pases antes de que Shaw desviara a la red el remate de cabeza de Luis Suárez.

Un gol al que el resto del encuentro no hizo demasiada justicia. A las órdenes del Txingurri, el Barça parece haber asumido que el control abusivo de la pelota no es la única manera de ganar. Que también es posible alcanzar la victoria dándole carrete al rival, descifrando sus intenciones y apretando los dientes atrás. En Old Trafford, los azulgranas remataron solo en cinco ocasiones (el segundo registro más bajo de la temporada, solo por encima de los cuatro remates del partido de vuelta de las semifinales de la Copa del Rey en el Bernabéu) pero consiguieron que el United, que chutó bastante más, no dirigiera ni un solo lanzamiento entre los tres palos de la portería defendida por Ter Stegen.

En este sentido, el rostro magullado de Messi es la mejor expresión de un equipo que ha aprendido a fajarse y a encajar para acabar imponiéndose a los puntos. Ya no es aquel púgil de academia, elegante y ligero, que solía acabar sus combates por la vía rápida pero que de tarde en tarde se iba a la lona por culpa de una mandíbula de cristal. Ahora sabe sufrir y aguantar los golpes. Es más previsible, pero también más sólido. Menos vistoso pero más fiable.

Tras una completa exploración, los servicios médicos del club descartaron ayer que el golpe haya dejado secuelas en el capitán más allá del hematoma y la hinchazón, de modo que, si Valverde lo considera oportuno, el argentino estará en condiciones de viajar el sábado a Huesca para jugar en El Alcoraz.

ROTACIONES EN HUESCA

Valverde no dio pistas tras el duelo de Manchester, pero todo parece apuntar a que Messi se unirá a Gerard Piqué y Luis Suárez -borrados ante el Huesca por acumulación de tarjetas- y descansará. La distancia de 11 puntos respecto al Atlético de Madrid en la clasificación liguera da margen al Txingurri para administrar su plantilla.