Valverde estaba petrificado. No podía entender lo que le estaba sucediendo. Roma fue una tortura que le persiguió durante un largo año enterrando los oropeles de un doblete (Liga y Copa). No podía imaginar que lo peor aún estaba por llegar. Siempre hay algo más dramático. La “mancha”, como así la calificó Messi, de Anfield se extendió hasta Sevilla poniendo en duda todos los pilares de la estructura deportiva del Barça. Para empezar, la suya. La del propio Valverde, zarandeado por tanta derrota consecutiva que empaña ese trabajo que ha realizado durante casi dos años. Pero hay tropiezos imperdonables, por mucho que trasciendan más allá del banquillo. Siendo como es el ‘Txingurri’ el máximo responsable de todo lo que sucede. Por supuesto. No es el único. Hay más y no están sentados a su lado.

Cuando un equipo que no tiene delantero centro reserva (Boateng no juega ni se le espera) acaba con Arturo Vidal y Piqué es inevitable mirar bastante más arriba. Si el Barça, una vez perdido Luis Suárez porque prefirió operarse en su rodilla derecha pensando más en la próxima Copa América que no en la final de Copa, debe acabar la segunda parte con Arturo Vidal de nueve queda todo dicho. Si tiene que recurrir a la solución de Alexanko representada en la figura de Gerard Piqué muchas cosas se han hecho mal. Del siglo XX al siglo XXI nada cambia. El central como recurso desesperado para arreglar todo lo mal que se había hecho antes.

Depresión autodestructiva

Seguía Valverde petrificado, especialmente en la primera mitad. Algo más activo en la segunda parte cuando Messi quiso levantar algo que ya estaba perdido. Pero le tocó, precisamente, a Piqué asumir ese liderazgo no futbolístico de un equipo sumergido en una depresión autodestructiva.

Una depresión de la que costará mucho tiempo en salir porque ni siquiera la mejor versión de Messi le permitió sobrevivir en Europa. Tampoco le valió para ganar una Copa que empezó perdiendo desde la pizarra porque el plan de Marcelino funcionó tal y como había diseñado, descubriendo la debilidad defensiva azulgrana.

Acabada la final, Valverde se metió en el césped intentando hallar consuelo a una derrota que no tiene consuelo alguno. Iba uno a uno saludando a todos los jugadores, algunos destrozados, como Lenglet, que no tenía fuerza ni para levantarse. Otros, en cambio, como Piqué, ejerciendo de soporte psicológico. Nadie se iba del Benito Villamarín aguardando a que el Valencia recibiera esa Copa, ese título que debía significar el doblete para los azulgranas. Al final, una Liga. Y basta.

Mientras el equipo de Marcelino disfrutaba de la fiesta que llevaba más de una década esperando, el ‘Txingurri’ se enfrentaba al verano más amargo que podía intuir. En dos semanas se le ha escapado dos títulos. En dos semanas ha perdido también credibilidad, cuestionado como queda por un sector importante de la afición, a pesar de que el presidente Josep Maria Bartomeu lo ha ratificado hasta dos veces.

El doble apoyo de Leo

¡Y qué decir de Messi! No solo ha verbalizado su deseo de que continuara el entrenador sino que lo ha demostrado con su espectacular rendimiento en el campo. Además, tuvo que pedir hasta perdón por lo de Anfield, algo que no había hecho Leo desde que pisó el Camp Nou.

Ahora todos mirarán a Valverde. Lo mirarán esperando a ver qué decide el técnico. Ha dicho en varias ocasiones que se siente con fuerzas para pilotar el tercer proyecto. Ha dicho el técnico que podría seguir. Pero falta comprobar la verdadera energía que le queda al ‘Txingurri’.