Un derbi a cero, el primero de la historia en el Wanda Metropolitano, reafirmó las dudas del Atlético y el Real Madrid, apartados los dos de su mejor versión a estas alturas del curso, más lejos del liderato, ya a diez puntos del Barcelona, y empatados en un duelo frustrante, del que salen derrotados los dos.

Porque el punto no les vale para casi nada en sus pretensiones en la Liga, porque el juego tampoco sirve para nada si se trata de recuperar sensaciones perdidas, porque aún anhelan a Griezmann, Cristiano o Benzema, y porque ganar un derbi en los últimos tiempos requiere mucho más de lo que ambos demostraron ayer en el coliseo rojiblanco.

El partido fue mucho más tenso que preciso, mucho más vibrante que brillante, mucho más de pelea que de combinación, con toda la presión que había generado el Barcelona horas antes, con toda la responsabilidad de mirarle a once puntos antes del inicio del duelo en el estadio Wanda Metropolitano y con todo el peso de un derbi.

LA TUVO CORREA

La táctica está muy medida. Pero incluso ayer hubo margen hasta para el error, unos cuantos, como la primera ocasión: un regalo de Raphael Varane a Correa que el argentino malgastó ante Kiko Casilla; una concesión defensiva del Real Madrid y una concesión ofensiva del Atlético en el minuto 3, con lo que puede suponer en un partido así. No marcó el Atlético, inseguro esta temporada en los últimos metros, donde se ganan los partidos, pero también con unas dificultades evidentes para crear ocasiones como no se le ha visto casi nunca en la era Simeone.

El Real Madrid, contenido, cortado en sus transiciones de medio campo, sin vías para desbordar y sin espacio adelante para correr durante media hora de posesiones sin profundidad del equipo blanco, verticalidad embarullada en el bloque rojiblanco y sin ninguna oportunidad más. Sin destino final.

Después cambió el partido. Ya sentía más descontrol el Atlético. Y ya percibía, y encontraba, más huecos el Madrid, como en una pared entre Cristiano Ronaldo y Toni Kroos finalizada fuera por el alemán, en una sucesión de centros por la banda izquierda de Isco o Marcelo o un cabezazo de Sergio Ramos que terminó con un golpe y sangre en la nariz. Aguantó hasta el descanso. Le reemplazó Nacho. Sin embargo, los blancos nunca fueron capaces de generar peligro real, y acabaron el partido lanzando balones a la olla sin encontrar rematador.