Hace 200 millones de años, durante el Triásico Superior, la mitad occidental de la Península Ibérica estaba cubierta por el Mar de Thetys. Éste sufrió procesos cíclicos de evaporación y reinundación, de manera que se fue formando una gruesa capa de materiales sedimentarios de elevado contenido en cloruros y sulfatos. En la provincia de Córdoba, sólo al sur del Guadalquivir se dan las condiciones geológicas adecuadas para que estos materiales salinos de Edad Triásica sean movilizados tanto por ríos y arroyos, como por acuíferos subterráneos, y finalmente conducidos a las pozas de las salinas. En este territorio abundan las referencias a lagunas, manantiales de aguas saladas y, especialmente, cursos de aguas denominados Salados. Las salinas del sur de Córdoba suponen un escenario paisajístico insólito para el viajero, que inesperadamente se topa con estanques de salmuera cuarteada y montones de sal apilada en mitad de los olivares de la campiña o entre los montes de las serranías béticas agostados por la canícula estival.

A escasos 4 kilómetros del pueblo de Rute, muy cerca del río Anzur, se localiza la salina de San Juan de Dios, que viene produciendo sal y salmueras al menos desde 1956. Esta salina de unas 1,6 hectáreas de extensión pasó a ser gestionada por la sociedad Moalvisa SL en el año 2004, que la adquirió para la ampliar la producción de salmueras y complementarla así con otra salina que poseía en Aguilar de la Frontera. Pero estas salinas han debido ser usadas desde tiempos inmemoriales para abastecimiento local en los pueblos, aldeas y cortijos de la zona, ya que la sal era utilizada por los lugareños en las tareas de las matanzas, conservas de carnes, pescados y curtidos de aceitunas. A mediados del siglo XIX, Ramírez y las Casas-Deza decía, en su descripción del término municipal de Rute, que «tiene un gran espumero de sal, que es de los mejores de España, el cuál daría un gran producto si se beneficiase», dando a entender que aunque estas salinas ya eran conocidas por entonces y se valoraba la calidad de su sal, todavía no se hacía un uso industrial de la misma, quedando como un recurso del que sólo se aprovechaba la población local.

En los alrededores de esta salina abundan los yacimientos arqueológicos que apuntan a la existencia de poblaciones para las que pudo ser determinante la existencia de este recurso natural. Sin ir más lejos, en la Base de Datos del Patrimonio Inmueble de Andalucía figura el asentamiento de la Edad de Hierro denominado Las Salinas, situado sobre un pequeño cerro cónico que se levanta sobre cauce del cercano río Anzur, y que constituye un aforamiento de ofitas que ha sido explotado de modo artesanal. San Juan de Dios se encuentra a escasos 4 kilómetros del Geoparque de las Sierras Subbéticas, entre cuyos objetivos figuran los de proteger la geodiversidad, promover el patrimonio geológico y la creación de proyectos de desarrollo socioeconómico y cultural. De esta forma, la sal se postula como el producto ideal que integra todos sus principios. Por ello se ha puesto en marcha un proyecto de reactivación de producción de sal artesanal, que incluye la creación de un producto, sal del Mar de Tethys, con la marca del Geoparque de las Sierras Subbéticas, que se acompañará de visitas in situ a su lugar de cosecha.

Aunque el beneficio de la sal es una actividad minero-industrial, su proceso productivo guarda una estrecha relación con la agricultura, exigiendo toda una serie de labores previas de preparación y cultivo de las hazas de las salinas hasta llegar a la cosecha.

Como dice José María Montero en la introducción de un libro que sobre las salinas de nuestra comunidad autónoma editó la Junta de Andalucía, «las salinas, al igual que ocurre con otros aprovechamientos típicamente mediterráneos, son el mejor ejemplo de cómo el hombre y la naturaleza pueden tejer, en un marco geográfico determinado, una sabia complicidad de la que ambos terminan beneficiándose».

Podemos afirmar, por tanto, que las salinas son un ejemplo ilustrativo de explotación sostenible de un recurso natural sin merma del capital biológico, actuando como focos donde se potencia y refugia la biodiversidad, ya que proliferan especies de flora y fauna halófilas (amantes de la sal), que crean un hábitat que recuerda al de las marismas, pero a muchos kilómetros del mar más cercano. Los medios salinos del interior ibérico constituyen por tanto unos ecosistemas de gran singularidad en el contexto del occidente europeo, pues son prácticamente exclusivos de nuestro país.