A continuación, llegaremos a una zona más despejada, de pasto, y un poco más adelante encontraremos un olivar rodeado de una cerca, que dejamos a nuestra izquierda. Hasta aquí llega un camino que viene desde el cortijo alto de Torres por el que podemos regresar. Ascendemos sobre las peladas lomas cuarteadas por la erosión hasta llegar a las ruinas del cortijo de Cañatienda, en un impresionante paisaje, enmarcado por la imponente mole de la Tiñosa y el barranco que desciende desde la cueva del Morrión. A pesar del su lamentable estado de abandono, se puede intuir que este cortijo tenía una planta extensa, con bancales, amplia era y grandes corrales, lo que indica que en sus tiempos de apogeo albergó a una cantidad importante de personas.

Siguiendo el sendero, a unos metros de distancia, encontraremos la fuente de Cañatienda. Se trata de un abrevadero situado casi a ras de suelo, con las paredes construidas en piedra. Presenta dos caños, uno central y otro a la izquierda, que vierten directamente a una pila rectangular. En primavera suelen observarse los cordones gelatinosos de la puesta de los sapos. A partir de aquí el paisaje cambia radicalmente.

Los árboles empiezan a escasear -a lo sumo algún quejigo aislado- y el matorral se hace más pobre, casi exclusivamente formado por matagallo y aulaga. Desde el cortijo se distingue perfectamente el Puerto Mahina, al que nos dirigimos utilizado los sinuosos caminillos que las cabras han marcado en sus continuos pasos. Si finalmente ascendemos hasta dicho collado, situado a unos 1.200 metros de altitud, disfrutaremos de una panorámica excepcional, con vistas a las dos vertientes de la sierra.