Dos sinfonías forman el programa del segundo concierto de abono de la Orquesta de Córdoba; la Sinfonía nº1 en re mayor, D82 de Franz Schubert y la Sinfonía nº8 en sol mayor, op.88 de Antonín Dvorák. La dirección correrá a cargo del alemán Christoph König, buen conocedor de las orquestas españolas y poseedor de, según él mismo, dos almas, la de director de coro y la de pianista -además de la de director, que se le supone-. La primera sinfonía de Schubert es, con la excepción de cuatro oberturas, su primera gran página sinfónica, por lo que no es de extrañar que esté emplazada bajo el signo de Haydn y, sobre todo, de Mozart. La obra, abiertamente deudora de sus modelos, surge tras dos años de estudio con Salieri y es buena muestra del genio temprano del vienés. Esta sinfonía no se interpreta con frecuencia en salas de concierto y fue estrenada en Londres el 5 de febrero de 1883, más de setenta años después de su composición.

Comienza con un Allegro vivace en el que destacan dos temas: uno de juvenil espíritu conquistador y otro más lírico y cantante y en ambos la madera y el metal son utilizados con un agudo sentido del color orquestal. El Andante que le sigue, en sol mayor, exhala una poesía más personal en la que se alternan tonalidades mayores y menores, mientras que el minueto, Allegretto en re, parece más convencional, en línea directa con Haydn. Asombrosamente alegre, el final, Allegro vivace, evoca con su energía triunfante al primer Beethoven.

Estrenada el dos de febrero de 1890 en Praga bajo la dirección del autor, la Octava de Dvorák fue escrita entre los meses de septiembre y noviembre del año anterior. Tras obras tan densas como la Séptima sinfonía, el oratorio Santa Ludmila o la cantata La novia del espectro, esta sinfonía vuelve a encontrar una atmósfera alegre y sosegada, la misma que disfrutaba el compositor en el pequeño pueblo de Vysoka, en Moravia-Silesia, donde fue compuesta y de donde surge probablemente la admiración poética del ser humano ante la Creación que impregna la obra.

El Allegro arranca con brio con una hermosa cantilena que pasa por varias tonalidades en la cuerda -y que desempeñará un papel fundamental en el desarrollo- y acaba dominado por una exuberante alegría. Le sigue el Adagio, una página de romanticismo narrativo teñido de un fervor casi religioso al que sigue el Allegretto grazioso, un scherzo que se aproxima a un ländler y que lleva el sello de las Danzas húngaras de Brahms.

El Allegro ma non troppo arranca arcaizante, a la manera de Smetana y acaba con un espíritu rapsódico muy marcado, cuyo humos fundamentalmente optimista y vital encuentra su confirmación final en la vuelta de la bacanal, una de las páginas orquestales más modernas y deslumbrantes de Dvorák, según Tranchefort.

CÓRDOBA

GRAN TEATRO

jueves 7

20.30 hORAS