Imelda May emocionó a la entrada más que discreta, poco más de mil personas que, una vez más, se dieron cita en La Axerquía en esta edición del Festival de la Guitarra. Una entrada sorprendente por lo escasa y que, por repetida en los anteriores conciertos, debería ser motivo de análisis urgente al acabar el certamen que tiene cerca el 40 aniversario y que necesita recuperar identidad y peso.

Por lo demás, la cantante irlandesa estuvo sencillamente perfecta. Demostró su poderío interpretativo sobre el despliegue de géneros clásicos, del soul al blues y del pop al rock and roll, en el que se mueve con total naturalidad y lo hizo a «corazón abierto», como dijo de ella el gran T-Bone Burnett, productor de su último disco, tras la grabación el año pasado.

El set cordobés fue un repaso mayoritario de ese trabajo, Life Love Flesh Blood, donde la voz de May brilla extraordinaria a través de unos textos también clásicos de dolor y desamor, en la mejor tradición espiritual de los géneros, con los que la cantante se desnuda emocionalmente sin ningún pudor y sin ninguna cursilería. Al revés, con un tono cercano e identificable. Sensible, no sensiblero.

Y no es que lo dijera cuando se lanzaba a presentar las canciones, ligeramente contenida por el idioma -incluso llegó a disculparse por no hablar español- sino que lo fue sacando fuera en cada interpretación. Directa y desgarrada, dulce y potente. Tanto en los tiempos más lentos como cuando empezó la actuación con el aire góspel de When it’s my time o a la hora de encarar Black Tears, una de sus últimas mejores canciones, como cuando recuperó los tiempos rockeros y atractivamente descarados de Mayhem y Johnny got a boom boom, dos de sus fetiches musicales más conocidos de otros tiempos por sus seguidores.

TIEMPOS NO TAN LEJANOS/ Tiempos que, en realidad, no son tan lejanos, apenas cinco o seis años, pero que parecen décadas frente al nuevo rumbo que ha dado a su carrera musical, de miras más amplias, y más vistosas para su voz, como también demostró en Human, Sixth sense o la más popera Should’ve been you. Además, el sonido ayudó de principio a fin gracias al equipo técnico que trajo y que supo lidiar con las dificultades del recinto, dando el sitio y equilibrio a los siete músicos que la acompañaban. Igual que el juego de luces, sencillas y efectistas.

Después de un show intenso, pero también muy justo, apenas hora y media y un bis, la cantante se despedía igualmente emocionada y con la idea de «volver pronto» a Córdoba. La estaremos esperando.