Manolita del Rosal Luna nació en Fernán Núñez el 1 de abril del año 1933. Tras haber desempeñado labores domésticas en casa con su familia y cursar los estudios primarios, se traslada a Córdoba a realizar el bachillerato. Después de finalizar esta etapa, manifestó su deseo de ingresar en la Institución Teresiana y dedicar de este modo su vida a la religión y al servicio a los demás.

La Institución, que desde entonces se convirtió también en su familia, es una asociación internacional de profesionales laicos de la Iglesia Católica. Su principal motivo es la evangelización y difusión de la Palabra de Dios en ámbitos como la educación y la cultura. La dignidad, lealtad y derecho a la educación son sus máximas imperantes.

Cursó los estudios universitarios de Química en Madrid y Santiago de Compostela a mediados de los años 50. Impartió clases en distintos centros de la Institución, y a principios de los 70 regresó a Fernán Núñez para estar más cerca de su familia, donde trabajó como profesora. Al jubilarse decidió marcharse a Covadonga, donde S. Pedro Poveda fraguó la Institución Teresiana. Allí vivió durante varios años, y en el 2002 regresó a la ciudad califal para instalarse en la plaza de la Concha, pensando quizá que en Córdoba su vida de servicio sería más útil que en Fernán Núñez.

Desde muy joven se afanó en obrar con muchas familias que no disponían de recursos; luchó persistentemente por los derechos de la mujer; y defendió de forma incansable y sin pudor todas las injusticias que atormentaban a los demás. Verdaderamente volcada a su familia, mantener a ésta unida fue siempre uno de sus mayores ánimos. Fruto de esta ambición organizaba a menudo multitudinarios encuentros en los que su sonrisa era testigo de la felicidad que la inundaba.

Su mayor ejemplo fue siempre Jesucristo, y así ella encontraba al Señor en cada una de las dificultosas circunstancias que atormentan el mundo. Fiel a sus principios, jamás fue amiga de homenajes ni modos ostentosos, pues siempre trabajó con humildad y su entrega era verdaderamente de corazón. Vivió una vida de pleno servicio a los demás, olvidándose casi siempre de ella misma para poder ayudar al prójimo. Un carácter tierno y una sonrisa agradable siempre la acompañaban en su camino de evangelización.

Paradójicamente y leal a su forma de ser, Manolita nos ha dejado este miércoles 15 de abril en silencio, como siempre actuó. En estos momentos se hacen hondos los versículos de San Mateo: “Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”; y así ha sido el discurrir de Manolita por la vida: en silencio, dedicada a Dios y desvelada por hacer un mundo mejor. La modestia por bandera y el trabajo, la caridad y el amor como sus más amadas perlas.

“Así como cuando hay una luz en una casa se ve la claridad por las ventanas, así cuando un alma está llena de Dios, aun sin querer, lo comunica a todos cuantos la rodean”, dijo la beata Victoria Díez; y así el alma de Manolita llevaba indisolublemente unido el amor de Dios. Él fue su eterno compañero y el mejor instrumento para dejar el legado del bien. “Sembremos con nuestro ejemplo” y “La dulzura no solo es comparable con todas las virtudes, sino que las abrillanta”, dijo S. Pedro Poveda. Y de esta manera Manolita ha diseminado el mejor de los ejemplos, demostró el verdadero valor de las cosas y siempre enseñó a todos los que la rodeaban a querer, entregarse y ayudar. Una dulce sonrisa y un corazón siempre abierto de par en par harán que quede en nosotros la encomienda de seguir su modelo.

Gracias por acompañarnos siempre.

* Colaboración de José María Castillo del Rosal