En el mundo se consumen 480.000 millones de botellas de agua al año, un envase que tarda 600 años en desaparecer y del que se distribuyen en España unos 3.500 millones anuales. Aunque las botellas de agua están concebidas para un solo uso, es habitual reutilizarlas durante periodos variables, lo que implica un riesgo para la salud porque en su interior existen gérmenes que se multiplican con cada nuevo uso. Mientras la compra de botellas de agua se dispara y cada vez es más frecuente que en los bares de la ciudad, en lugar de un vaso de agua tras el café, nos regalen la correspondiente botellita, la venta de botijos está en declive. Lo cuenta Rafael Contreras, propietario de uno de los últimos reductos de la ciudad donde adquirir estas piezas de barro, procedentes todas de La Rambla.

Con semblante serio, parco en palabras, Rafael mantiene el negocio que su padre fundó hace 35 años. «En esa época se vendían muchos botijos, 400 o 500 en un verano, mientras que este habremos vendido 50», explica. Las ventajas del botijo frente a la botella de agua las tiene claras: «Enfría hasta 10 grados sin necesidad de frigorífico y elimina el cloro del agua en la evaporación». Además, «es más barato que comprar botellas», sobre todo en una ciudad donde el agua del grifo es tan buena como la de Córdoba. Todo son ventajas. Además, hay distintos modelos, ya sean para verano (barro) o invierno (esmaltado). La pena, según Rafael, es que «ya muchos niños no saben ni lo que es un botijo ni cómo usarlo», por lo que no tiene claro el futuro de esta pieza.