La doctora Zapatero

No fue en ningún momento ciudadana «de segunda». Siempre tuvo voz propia en pediatría tanto en Cruz Roja como en Reina Sofía, consistente, pues del tema que llevaba en sus manos sabía. Disponía de ancha cultura profesional. Tenía voz propia. La voz de una persona cristiana, consciente del pleno significado de su vocación bautismal. Defendió la vida, ayudó a nacer a muchas nuevas vidas incompletas. Las cosas buenas y rectas que desarrolló durante toda su vida supo que Dios, como buenas, señaló. Esto es, no solo fueron buenas sino «como verdad» justas. Nunca jugó con cartas marcadas con sus neonatos ni con niños enfermos y, aún menos, con sus familias. Se proyectó con su trabajo más allá de su tiempo. Se afanó en su tiempo de espera del Cielo y metió la cabeza en ese sendero. No hubo divorcio entre su fe y su vida, pues su fe fue fielmente vivida en su marido, sus hijos, sus niños; totalmente pensada con parsimonia y humildad. Mandaba mucho; es verdad, pero siempre se esforzó en penetrar en los secretos de la realidad prenatal y postnatal. En esa tarea, sin ella saberlo, fue llevada por la mano de Dios, pues creyó en el lenguaje de la creación. Junto a la Virgen milagrosa no ha dejado en el hospital, postrada, de comulgar cada día. Su fe fue una forma de realidad humana. Fue otro modo de conocer. Ella le ayudó a salir al paso de inquietudes, anhelos, esperanzas profundas en su maternal corazón. Le ayudó a llevar la carga y también la honra de compartir la ciudad infantil y temporal con la ciudad celestial. Su aerópago último fue Cruz Roja. Jamás escondió esa fe en la catacumba. Su vida fue comunicación, enseñanza, confesión, testimonio de profesionalidad. Ahora ella sobrevuela desde su bóveda celeste los nidos neonatales en maternidad. JOSÉ JAVIER RODRÍGUEZ ALCAIDE