En dos años de vigencia de un plan para desradicalizar a yihadistas encarcelados, ninguno ha abandonado aún su fanatismo, confirman fuentes penitenciarias. De 252 presos radicales islamistas en las cárceles españolas, 23 han aceptado entrar en el programa, que se ofrece en ocho cárceles, según la Secretaría de Instituciones Penitenciarias, dependiente del Ministerio del Interior. De esos presos, una decena ha aceptado confesar delitos a la Fiscalía buscando mejorar su vida en prisión, pero sin dar marcha atrás en su ideología de odio.

Lo que para sindicatos y funcionarios expertos son «solo» 23 presos y «únicamente» ocho cárceles de las 27 que albergan a yihadistas, para Interior no es poco teniendo en cuenta que ese es «uno de los colectivos más refractarios a la reinserción», explica un psicólogo penitenciario. El extremismo no retrocede entre rejas. Enraiza en la desesperación de presos comunes musulmanes. Grafitis en árabe afirmando que «no hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta» menudean intramuros, relatan fuentes penitenciarias. Es la jaculatoria que recitan los terroristas suicidas; también es el emblema de la bandera negra del DAESH. La mayoría son solo pequeños letreros rayados en una pared, pero son muy provocadores.

17 traductores / El Programa Marco de Intervención en Radicalización Violenta con Internos Islamistas se describe en la orden de Instituciones Penitenciarias 1-02/2016, que emitió el anterior secretario general, Ángel Yuste, en 2016. Con ella se pretende «prevenir la captación para la causa radical islámica en los centros penitenciarios». Contra la exposición de intenciones de aquella circular se impone la realidad cotidiana. «Nos faltan traductores de árabe. Por más que pongas oído en el patio o sigas la homilía del imán el viernes en el comedor, no entiendes nada «relata un veterano funcionario». Te tienes que fiar de lo que te cuente un preso de confianza». Y es aún peor si los internos magrebíes dejan de hablar español y escogen dialectos o lenguas como el tamazirt bereber. Instituciones Penitenciarias tiene 17 traductores de árabe para las 69 prisiones del Estado. Así «es muy difícil controlar los escritos en árabe que les llegan a los internos; si hablan de recuperar Al Andalus, por ejemplo», relata el funcionario veterano. En Instituciones Penitenciarias restan gravedad a la escasez de traductores: «La lingüística es una vía para la detección de la radicalización, pero hay muchas más, como la actitud, las relaciones o la apariencia» El preámbulo del programa de desradicalización explica que, entre rejas, «la formación de grupos cerrados de carácter étnico-religioso puede ser utilizada como un factor que propicie la radicalización». La ley del rebaño es el problema. «Los yihadistas son un colectivo pétreo «explican fuentes penitenciarias no oficiales. Si un etarra tarda de media ocho años en ablandarse, a estos habrá que echarles más paciencia». Cualquier plan de tratamiento choca con el cerrojo de las pequeñas comunidades de «creyentes», cuentan fuentes penitenciarias.

El plan clasifica a los presos (Fichero de Internos de Especial Seguimiento) del terrorismo islámico en tres categorías. En el grupo A están los condenados por pertenencia a banda armada yihadista, internos «con fuerte arraigo de valores e ideología extremista». Lo integran 134 reclusos. En estos duros se apoya el grupo B; 35 hombres a los que el plan atribuye «liderazgo captador proselitista». Tras su «misión de adoctrinamiento», pueden llevar a cabo «actividades de presión y coacción». El objetivo de estos predicadores es el grupo C, una grey que el plan cree formada por presos en «un proceso incipiente de consolidación o radicalización». De estos, Interior cuenta 83.

Un inquietante informe de la prisión Madrid II, aún no suficientemente investigado, muestra la importancia de los GCS. El 11 de septiembre de 2017, Mohamed Houli Chemlal, el yihadista superviviente de la explosión de Alcanar, desveló que Abdelbaki Es Satty, el imán de Ripoll, «conocía a otro imán, que tenía otro grupo como nosotros, de ocho o nueve personas. Ese grupo era de Francia y tenían pensado comprar armas y atentar en Lloret de Mar».