El presidente Pedro Sánchez se marcha de vacaciones sabedor de que comienza un pequeño tiempo de relax mientras termina el brevísimo periodo de gracia que le concedió la oposición. Periodo que en buena parte le fue otorgado no por elegante cortesía, sino por la descomposición orgánica en que se vio envuelto el PP una vez que Mariano Rajoy decidió dar un paso atrás al perder la moción de censura.

Sánchez, como los últimos cuatro presidentes, se instaló este viernes con su familia en el Palacio de las Marismillas, en el Parque Nacional de Doñana, una vivienda que reformó Felipe González y que desde entonces se ha convertido en la residencia de descanso de los jefes de Gobierno. El presidente se va con la (vaga) esperanza de poder pasar también algún día por su vivienda en Mojácar (Almería), con una maleta en la que se lleva el mejor CIS de su historia al frente del PSOE (los microdatos pueden ser una fuente de deliciosa lectura), y se marcha también, tras haber departido con Pablo Casado.

El nuevo líder del PP, más allá de palabras cordiales, no parece dispuesto a darle ni agua y advierte, además, que él permanecerá en guardia, «vigilante» ante sus posibles «cesiones» a los independentistas o nacionalistas, porque no va a tolerarle «ni una». Se toma, pues, unos días el presidente de descanso vigilado que interrumpirá para despachar con Felipe VI hoy en Mallorca -después comerá junto a su esposa con los Reyes, una tradición que recupera después de que Mariano Rajoy la obviara durante su mandato- y para acudir a la conmemoración en Barcelona de los atentados yihadistas del 17-A. Allí irá con el jefe del Estado, por más que desde la Generalitat avisan de que el Rey no es bien recibido. Casado ya advirtió de que no tolerará insultos al Monarca, como los del año pasado.

Sánchez se verá de nuevo con el presidente de la Generalitat, Quim Torra. Las expectativas de alcanzar acuerdos son, en público, todavía más discretas que en los encuentros, y parece lejos un pacto que suponga un punto de inflexión en la deriva soberanista de Cataluña.

Y sin embargo, la determinación de Sánchez de proscribir la vuelta a la vía judicial, como pide el PP, podría actuar como bálsamo hasta que empiecen a cristalizar acuerdos concretos en los que ya se han sumergido los equipos de trabajo de la Generalitat y el Gobierno para intentar pactos sobre inversiones, infraestructuras, competencias o retirada de recursos en el Tribunal Constitucional (TC).

El Ejecutivo da por hecho que los resultados concretos no comenzarán a cristalizar hasta cerca de diciembre. Para entonces debe celebrarse, en Madrid, la segunda reunión de la comisión bilateral Estado-Generalitat. Si se cierran acuerdos, por estrechos que sean, se avanzará en un camino que Sánchez sabe lento y para el que pide paciencia, máxime frente a un PP en contra, incluso, de la política socialista de «apaciguamiento».

El Gobierno sitúa los pasos para resolver la crisis catalana en la «pista lenta», de su acción ejecutiva, consciente de que el conflicto atravesará varias legislaturas. En la denominada «pista rápida», Sánchez tiene como deberes principales lograr que los aliados que le auparon a la Moncloa vuelvan a apoyarle y se avengan a aprobar la senda de déficit y los Presupuestos.

OPTIMISMO / El presidente destiló en su última comparecencia un optimismo abierto a interpretaciones. No dio pista alguna de cómo va a amarrar esos respaldos, complicados de obtener porque volverá a presentar en septiembre los mismos objetivos de déficit ante el Congreso, pero dio por hecho que conseguirá aprobar las cuentas del 2019. «Difícil no es imposible», alega. Aunque tiene la posibilidad de prorrogar los Presupuestos del PP, políticamente se consideraría un fracaso que deslegitimaría su continuidad. ¿Convocará elecciones si no los aprueba? Para entonces ya habrá un nuevo CIS con intención de voto. Todo está en el aire.