Cuando el 2 de junio del 2014 el Rey Juan Carlos anunció que abdicaba, dijo que lo hacía porque consideraba que merecía pasar a la primera línea una generación «con nuevas energías» y decidida a emprender las «reformas» que la sociedad demandaba. El bipartidismo del PP y el PSOE acababa de recibir su primera bofetada en las urnas en las europeas del 25 de mayo y había irrumpido Podemos. Juan Carlos llevaba meses rumiando la fecha para dar el paso atrás y consideró que había llegado el momento. Felipe VI asumió el reto y ahora, cuando el martes el jefe del Estado cumple 50 años y tres y medio en el trono, es una ocasión que invita a ver el camino recorrido.

En aquella primavera, la Corona pasaba por su peor momento desde 1975. El escándalo de Iñaki Urdangarin, la cacería en Botswana con Corinna zu Sayn Wittgenstein (que salió a la luz porque Juan Carlos se rompió la cadera) y los problemas de salud del Monarca fueron algunas de las razones que le animaron a dejarlo. La misión de Felipe VI era clara: debía recuperar el prestigio de la Corona. Se dio prisa. Le apremiaban el estado débil de la Monarquía pero también la calle. La corrupción afloraba en todos los ámbitos, las peticiones de transparencia y regeneración estaban en la boca de los políticos, sobre todo de Pablo Iglesias y también de un Albert Rivera que empezaba a prodigarse por Madrid.

Los primeros meses

Don Felipe tomó muchas decisiones en su primer año. Justo al mes se blindó ante la posibilidad de otro caso Nóos y decretó que la familia real (en la que solo incluyó a los cuatro reyes, Leonor y Sofía) únicamente puede tener actividad institucional. Instauró una auditoría externa de las cuentas, prohibió recibir regalos caros y aprobó un código de conducta para los empleados de la Zarzuela. Y, justo cuando iba a cumplir un año en el trono, revocó el título de duquesa a Cristina.

Este acelerón en la regeneración fue aplaudido por la sociedad, como reflejó el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en mayo del 2015, cuando la Monarquía recibió un 4,34, mejor que la marca que le había otorgado un año antes a don Juan Carlos (3,72). Si la opinión de los españoles ha cambiado, no se sabe: el CIS no ha vuelto a preguntar por la institución.

A mediados del 2015, la Zarzuela echó el freno al proceso de apertura de la institución, que sigue siendo poco transparente con su coste real, sobre todo en la partida de los viajes. El salto de modernización fue reseñable en comparación con la falta de regeneración en otros sectores, como los partidos, las empresas involucradas en la financiación irregular de las formaciones políticas o el deporte.

Ante este hecho, en la Zarzuela decidieron que no era necesario hacer más después del plan de choque. La estrategia consistió en imponer un perfil bajo al Rey, quien, según cuentan sus allegados, quiere ser «útil a España», pero no cometer errores.

El discreto Alfonsín

En ese estilo le acompaña el discreto Jaime Alfonsín, su principal colaborador desde 1995, cuando se convirtió en jefe de la Secretaría del Príncipe. Veintitrés años al lado de Felipe, haciéndose el uno al otro y esculpiendo una Casa del Rey de discursos muy medidos y alejada de la pompa de otras monarquías.

Ese cambio de ritmo fue a la par que el frenazo a raíz de la falta de Gobierno en el 2016 y el enconamiento del independentismo catalán. El Monarca, según cuentan los que hablan con él del asunto, considera que mejorar el encaje de Cataluña es un problema de «difícil y larga solución». Si don Juan Carlos fue uno de los artífices de la democracia, Felipe VI deberá demostrar que ha salvado la Monarquía en unas décadas donde ha rebrotado el soberanismo y las críticas de los republicanos se publican más que en el reinado de su padre.

La intervención del 3-O

El discurso de octubre, dos días después de las cargas del 1-O, lo dio porque consideraba que parte de la sociedad le reclamaba que alzara la voz. Y ante «la violación de la Constitución», él no podía ponerse entre el Gobierno y la Generalitat, que se «estaba saltando la ley», como si de un mediador se tratara. Además, ese no es su papel en una Monarquía parlamentaria, recordaba aquellos días a su entorno.

En el palacio de la Zarzuela están satisfechos con el balance de estos años, donde solo ha habido un reproche: que Felipe VI no invitara al Congreso a su padre el día que se celebraban los 40 años de las primeras elecciones democráticas. La Casa del Rey va a compensar ese error y durante todo el 2018 se homenajeará la figura del Rey emérito en varios actos.

Don Felipe y su esposa, Letizia, celosos de su intimidad, han aprovechado el medio siglo del Monarca para abrir las puertas de su casa con el objetivo de mostrar algunas escenas familiares. En un siglo en el que el control de la imagen por parte de las instituciones es total, la Zarzuela ha grabado algunos vídeos y los ha distribuido a la prensa. Una manera de acercar la figura del jefe del Estado y restarle solemnidad. No se cumplen 50 años todos los días.