Josep Lluís Trapero alcanzó la cima de su fama como mayor de los Mossos d'Esquadra tras los atentados del 17 de agosto del 2017. Encumbrado por el independentismo para contraponerlo a los mandos de la Guardia Civil y la Policía Nacional, el Govern dio a entender a menudo que no entorpecería los planes de celebrar un referéndum y de proclamar la secesión de Cataluña. Este lunes, más de dos años después, Trapero declaraba ante la Audiencia Nacional, que le pide 11 años de cárcel. El soberanismo ya no le arropa como cuando imprimía sus frases el famoso 'bueno, pues molt bé, pues adiós' en camisetas y tazas; solo un diputado de segundo rango de JxCat fue a verle a la fría sede judicial de San Fernando de Henares (Madrid). El desencanto es mutuo: el mayor de los Mossos, el gran héroe policial de los meses previos al 1-O, trató de desvincularse del 'procés' ahondando en sus críticas a las "barbaridades" de sus antiguos jefes políticos.

La actitud de Trapero no constituyó en absoluto una sorpresa. Desde que fue destituido, un día después la aplicación del artículo 155, el mayor se ha situado voluntariamente en un segundo plano. Ha estado más de dos años alejado de los focos, dedicado a labores administrativas dentro del cuerpo policial que abanderó durante el vertiginoso otoño del 2017. Y en su declaración como testigo en el Tribunal Supremo, durante el juicio que terminó con duros castigos a Oriol Junqueras y a varios de sus compañeros, ya quiso subrayar que no compartía el proyecto independentista y que tenía un plan para detener a Carles Puigdemont. La intención es que esa manera de proceder le ahorre el paso por la cárcel, y fuentes de la defensa apuntaban que la ausencia de políticos en la Audiencia respondía a esa estrategia.

Interrogatorio minucioso

Este lunes, en el descorche de la segunda parte del juicio del 'procés', Trapero ofreció más detalles para convencer al tribunal de que la policía catalana no era una parte del plan de Puigdemont y su Govern. El mayor se enfrentó al teniente fiscal Miguel Ángel Carballo; fue un interrogatorio minucioso hasta la extenuación, que en ocasiones puso al mayor en serios apuros y que seguirá este martes.

En las más de seis horas de toma y daca, el fiscal preguntó por los dos episodios fundamentales de los hechos de otoño del 2017: el registro judicial y la concentración independentista en la Consejería de Economía del 20 de septiembre y el referéndum del 1 de octubre. Como Trapero, el representante del ministerio público pronto dejó claro cuál era su objetivo. Aunque dio algún rodeo inicial como cuando insinuó que Trapero había llegado a jefe de los Mossos por su cercanía con los gobernantes independentistas, enseguida se centró en subrayar lo que le interesaba: la supuesta pasividad de los Mossos, y su inobservancia de las órdenes judiciales.

Tanto los fiscales como las defensas tienen durante este juicio una referencia clara. Los hechos que se examinan ya han sido juzgados, y la sentencia de octubre del Supremo no es indulgente con el papel de los Mossos. Según el alto tribunal, la policía catalana mantuvo durante el 1-O una actuación "aparente" y "cómplice" que permitió a los organizadores lograr sus objetivos, aunque la justicia había ordenado impedir la votación.

Más cómodo como azote

Mucho más cómodo en su papel de azote del independentismo, Trapero sufrió en ocasiones para defender los dispositivos de los Mossos. Lo intentó con el del 1-O y también con el del 20 de septiembre, una jornada que, dijo, podría haber transcurrido de otra manera si la Guardia Civil hubiera avisado a la policía catalana de que preparaba más de 40 registros. Sus explicaciones sobre por qué los coches de la Guardia Civil fueron "vandalizados", por qué no se hizo un cordón policial para contener a los 40.000 manifestantes que presionaban a los investigadores a las puertas de la sede de Economia o por qué la comitiva judicial tuvo que salir por un edificio aledaño siempre fueron en la misma dirección: "Optamos por una intervención que no provocara un efecto contagio". Es decir, que no enardeciera los ánimos.

Eso no quiere decir, en su opinión, que los Mossos actuaran con "pasividad". Puso varios ejemplos, como cuando intervinieron cuando pensaron que algunos manifestantes podían intentar hacerse con las armas que había en el interior de los coches policiales o como cuando explicó que se enfrentó a Jordi Sànchez, que estaba ejerciendo de mediador: "Sànchez entonces líder de la ANC no era nadie para imponer condiciones a la policía. Cuando me llama airado, le digo que no me va a decir cómo hacer un dispositivo y le cuelgo".

En cuanto al referéndum, Trapero insistió en las explicaciones que ya dio en el Supremo. Dijo que advirtió en varias ocasiones a los mandos políticos de los peligros del referéndum, y les mostró su malestar con respecto a sus insinuaciones del papel connivente de los Mossos. Y subrayó que no se ordenó un desalojo previo de los colegios electorales, aunque también admitió que se sorprendió cuando vio que "la gente defendía las urnas como si les fuese la vida en ello".

El agente ubicuo

También negó que los Mossos hicieran seguimientos al resto de cuerpos el 1-O, y aseguró que las actitudes facilitadoras de la votación que se vieron en determinados policías catalanes son anecdóticas. Pero sufrió en algunos momentos, como cuando el fiscal le hizo ver que, según las actas de ese día, un mismo agente estuvo a la vez en dos colegios de Lleida separados por 44 kilómetros.

Trapero prefería este lunes hablar de su "incomodidad" con el 'procés' y de la presunta voluntad de los dirigentes independentistas de apartarle del mando de los Mossos. O de cuando, preguntado en el 2016 por el secretario del Govern sobre qué haría la policía catalana si en algún momento había "una doble legalidad", le respondió que "la doble legalidad no existe" y que los Mossos "iban a hacer siempre lo que dijeran los jueces". Es previsible que este martes, cuando responda a su abogada deje más titulares suculentos de su distanciamiento con quienes lo presentaron ante la mitad independentista de la población como un semidiós.