Pedro Sánchez se acostó el jueves a las siete de la mañana, recién llegado a la Moncloa desde Bruselas, donde había participado en un Consejo Europeo sobre el brexit. Pocas horas después, tenía que arrancar la campaña electoral en Dos Hermanas, y el presidente del Gobierno llegó a la localidad sevillana con aspecto cansado. Su intervención fue en la misma sintonía: un discurso algo deslavazado, en el que repitió los mismos mensajes que lleva lanzando desde que adelantó las generales, hace dos meses. Aquello podría haber sido producto del comprensible agotamiento, pero al día siguiente, en Castellón, siguió por el mismo camino. Ninguna novedad, salvo que esta vez su mitin tuvo más ritmo.

«La idea es no dar ningún titular -explica un colaborador del jefe del Ejecutivo-. Y de momento nos está yendo bastante bien». El líder del PSOE no quiere correr riesgos. Los mítines son en lugares de aforo limitado (nunca caben más de 1.500 personas) para evitar las sillas vacías. Todo está medido al milímetro. Primeros en todas las encuestas, a mucha distancia del PP pero sin poder dar por segura su reelección, los socialistas han logrado recuperar estos meses a una parte de su electorado tradicional que apoyó a Podemos o a Cs en los últimos comicios. Pero se trata de un voto muy volátil, así que Sánchez nunca se va demasiado a la izquierda o demasiado al centro.

Sus actos, como los de ayer en Canarias, suelen comenzar con un par de preguntas:

«¿Queremos avanzar o queremos retroceder?», interroga.

«¡Avanzar!», contesta el público.

«¿Queremos pasado o queremos futuro?», insiste.

«¡Futuro!», responden los simpatizantes socialistas.

«Pues hay que votar al PSOE», concluye Sánchez que, a partir de aquí, traslada que en estas elecciones hay «dos certezas». Una es que si las derechas suman, pactarán, como en Andalucía, y entonces el presidente del Gobierno, en cuyos discursos colabora el humorista Alfredo Díaz, bromea sobre Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal. En lugar de los tres tenores, los llama «los tres temores», porque traerán «división, corrupción y recortes». Risas irregulares en el auditorio. La segunda «certeza» es que solo el PSOE puede detener al PP, Cs y Vox.

La crisis territorial en Cataluña tiene un papel secundario en este relato, al contrario que en los mítines de la oposición, pero el líder socialista casi siempre se detiene en que no habrá independencia «porque los catalanes no la quieren». También recupera índices internacionales donde España ocupa un muy buen lugar, como los de democracia y calidad de vida. Pero Sánchez pone una objeción: dice que en gastronomía, el puesto de España es «solo el segundo», algo que resulta «incomprensible», asegura el presidente, que si está en Castellón pone el «arroz» como ejemplo de esta injusticia y si está en Canarias cita las «papas arrugás». Aquí las risas suenan más fuerte.

El otro gran bloque de sus discursos está dedicado a la movilización, en un momento en el que una cuarta parte del electorado, según el último CIS, no ha decidido a quién votará. El resultado del 28 de abril dependerá, sobre todo, de este colectivo, más numeroso que en otros comicios. «Tenemos que ampliar -insiste Sánchez-. Tenemos que ir los socialistas convencidos, pero también hablar al conjunto de españoles». Incluso a los que nunca han votado al PSOE, porque ahora, explica, teniendo en cuenta quienes son sus adversarios, pueden llegar a decir: «A lo mejor este hombre no me parece el mejor de los candidatos, pero visto lo visto, apuesto por él».

Y eso suele ser todo, día tras día, esté donde esté. A veces, da la impresión de que a los socialistas les sobra esta campaña. Ni siquiera han difundido su programa. Solo un resumen con 110 medidas, el pasado marzo. A 15 días de los comicios, la dirección del PSOE no aclara cuándo colgará el documento en su web.