Si por Madrid entendemos el núcleo del poder del Estado y los circuitos de las decisiones políticas, económicas y culturales del país, el gran ring de las peleas por controlar el cuadro de mandos de la sociedad española, bien podría decirse que la capital de España está noqueada tras impactarle los dos ganchos que le ha propinado Pedro Sánchez.

El primero consistió en desalojar a Mariano Rajoy de la Moncloa al hacer prosperar de manera inédita una moción de censura. El segundo, la formación de un equipo de gobierno que silencia la gran coartada del PP según la cual, el hoy presidente del Gobierno habría pactado contrapartidas inconfesables con Podemos, los independistas catalanes y los nacionalistas vascos. Todo ello contextualizado en una operación comunicacional brillante mediante una estrategia de dosificación informativa sobre los titulares de los distintos ministerios que ha arrinconado cualquier presencia mediática de la oposición durante los últimos seis días.

No sólo los partidos políticos han quedado fuera de combate por el 'blitz' político de Sánchez. También han mordido la lona del silencio los empresarios que se han dado de bruces con un equipo de gestión de la economía y la fiscalidad que mejora en solvencia y fiabilidad al del anterior Gobierno de la derecha; lo mismo ha sucedido en el ámbito sindical con ministras con pedigrí irrebatible; las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, las víctimas del terrorismo etarra y un amplio sector de la judicatura no han tenido más remedio que aplaudir la designación del responsable de Interior, compensado por la titular de Justicia, representante de la izquierda fiscal. El Gobierno es 'gay friendly' como nunca otro.

Podemos podrá augurar “calvarios” para el equipo de Sánchez, pero no está en condiciones de rebatir que se trata de un Ejecutivo monocolor sordo a las advertencias de Pablo Iglesias. Ciudadanos, descolocado, ha admitido que hay nombres ministeriales que le satisfacen y el PNV experimenta un desasosegante desconcierto ante la titular andaluza de Hacienda, crítica con el sistema paccionado vasco y navarro.

El “gesto” del Gobierno de suprimir la intervención previa de pagos de la Generalitat tiene valor político y, aunque es una medida que ha causado controversia, no desapodera a Hacienda porque se mantiene el control posterior sobre los pagos del Fondo de Liquidez Autonómico. No obstante la iniciativa remite un mensaje a Torra que se entrevistará “pronto” con el presidente del Gobierno. Sánchez ha fijado como prioridad intentar desbloquear el conflicto catalán “con la Constitución en una mano y el diálogo en la otra”. Veremos.

El europeísmo y el feminismo son dos factores de la identidad de un Gobierno que el PP ha calificado como un producto del márketing. En ese diagnóstico errado se acreditaría el gravísimo déficit de Rajoy y sus sucesivos equipos gubernamentales: el desprecio de la imagen, la marginación de la comunicación, la negativa a establecer vinculaciones emocionales con los ciudadanos y, en definitiva, el entendimiento decimonónico de la política. ¡Claro que Sánchez ha montado un cásting político!, ¡naturalmente que ha celebrado una pasarela mediática! Pero ¿es que eso no forma parte de la política? La designación del Gobierno ha sido un espectáculo conforme a los cánones de la eficiencia de la imagen y la emoción en el manejo de las decisiones públicas.

¿Todo es elogiable en las iniciativas de Sánchez? No todo. El Gobierno es demasiado grande porque 17 ministerios son innecesarios; la distribución de competencias entre los departamentos peca de cierta arbitrariedad; las trayectorias y procedencias de un buen grupo de ministros y ministras son muy diferentes lo que aumenta el riesgo de incongruencias y contradicciones y, sobre todo, está afectado de muy fuertes limitaciones.

La primera, su exiguo apoyo parlamentario; la segunda, el pie forzado de los Presupuestos que mediatizarán sus decisiones socio-económicas, y la tercera, la difícil funcionalidad de objetivos contrapuestos como son la ortodoxia económico-financiera de cuño bruselense y las demandas de gasto público en pensiones, sanidad y servicios sociales.

Mucho de lo acontecido ha sido improvisado aunque se sostenga lo contrario. Sánchez no mostró en el debate de la moción de censura una determinación clara de ganar la presidencia del Gobierno. Le instó a Rajoy a que dimitiera y “todo esto acabará”, le dijo. En la recluta de ministros y ministras ha recolectado algunas negativas significativas que ha cubierto en algún caso con excentricidad.

Pero nada más heterodoxo e intuitivo que el nombramiento del vasco Iván Redondo como jefe de su gabinete, tras su exitosa prestación de servicios como consultor. Lo fue antes de Monago, de García Albiol y del también popular bilbaíno Antonio Basagoiti. Redondo se puso a tiro del PP pero en Génova pensaron que Martínez Castro era el alfa y la omega de la estrategia de comunicación. Sandrine Morel, corresponsal de 'Le Monde' en Madrid, debió dedicarle a la anterior secretaria de Estado de Comunicación su esclarecedor relato 'En el huracán catalán' (Planeta).

Y parece que nadie pasó a Rajoy el artículo de Redondo publicado en 'Expansión' el 23 de mayo del pasado año. Ya entonces auguraba que Sánchez podría ser presidente. Por tres razones: la corrupción del PP, su desideologización y por la reserva de abstencionistas que esperaban un Gobierno como este para salir a votarlo. Que no será ni tan pronto como algunos piensan ni tan tarde como otros desean.