Han pasado siete meses desde que Pedro Sánchez llegó al poder. En este tiempo, y obligado por las estrecheces de sus 84 diputados en el Congreso, el presidente ha demostrado instinto de supervivencia y vocación de equilibrista. Pero se le va acabando el margen de maniobra, y se le acumulan los asuntos pendientes. La reunión que hoy por la tarde mantendrán en Barcelona representantes del Gobierno y de la Generalitat puede ser crucial para averiguar si la legislatura se encamina hacia un final abrupto o si al líder socialista le queda todavía recorrido. Eso sucede porque, aunque en apariencia el encuentro entre el Gobierno y la Generalitat debería ser importante sobre todo para conocer el estado actual de las relaciones bilaterales, en realidad todo está conectado. Si Sánchez, representado en la reunión por la vicepresidenta Carmen Calvo, consigue arrancar al Govern algún compromiso de los partidos independentistas con respecto a los Presupuestos del Estado, podría estar más cerca de su objetivo de llegar hasta el 2020.

Pero la desconfianza por parte del Ejecutivo catalán es muy grande. La parte menos pactista del soberanismo, encabezada por Quim Torra, sigue exigiendo avances en el reconocimiento del derecho de autodeterminación en Cataluña para facilitarle las cosas. El president insistió ayer en RAC-1 en que el Gobierno de Sánchez acude a las reuniones «siempre con una hoja en blanco», y que de momento «nunca» ha podido hablar con el jefe del Ejecutivo español de los 21 puntos que le planteó en el encuentro mantenido en diciembre.

Tampoco son demasiado halagüeñas para los intereses del Gobierno otras afirmaciones de Torra, como la de que su principal misión como president es la de «hacer efectiva la república», hasta el punto de que promete dejar el cargo si no lo consigue. O la de que no descarta «ninguna vía democrática y no violenta para llegar a la independencia», incluida una declaración unilateral como la que intentó su antecesor y mentor, Carles Puigdemont.

Pero el Gobierno cuenta con algunas bazas. Por un lado, el liderazgo de Torra sigue en cuestión, sobre todo dentro del independentismo, lo que empuja al president a transmitir sensación de interinidad cada vez que habla. Torra dijo ayer que si hay una condena a los independentistas hablará con Pedro Sánchez para notificarle su desacuerdo y que irá al Parlament para plantear «una propuesta para ver si recibe el apoyo mayoritario de la Cámara», sin más especificaciones.

También se da la circunstancia de que amplios sectores de las direcciones del PDECat y ERC, los partidos independentistas con representación en el Congreso, están a favor de, por lo menos, tramitar los Presupuestos del Estado. Las elecciones andaluzas han certificado la amenaza de que una alianza entre las derechas, sin duda más beligerante contra el soberanismo que el Gobierno actual, llegue a la Moncloa. Aunque Torra diga que no le preocupa -ayer dijo que «entre PSOE o tripartito de ultraderecha, yo elijo independencia de Cataluña», sus correligionarios no piensan lo mismo.