No existe ningún motivo para pensar que la reina Sofía va a apartarse un milímetro de la que ha sido su actitud desde que en mayo de 1962 contrajo matrimonio con su primo tercero y futuro Rey de España, Juan Carlos de Borbón. Esa actitud, tanto su entorno como los medios de comunicación la han definido siempre con una misma palabra: discreción. A discreción le sigue serenidad, y a serenidad, aplomo. No es la primera vez que el rey emérito pone a prueba las tres virtudes capitales sobre las que ha cimentado su vida pública, y tampoco será la primera vez que le permitan sortear airosamente la situación. De momento, se sabe que la reina emérita mantendrá su residencia en La Zarzuela y sus compromisos institucionales. Parece de cajón: las turbulencias en la Casa Real ya son suficientes. Cuanto menos movimiento, mejor.

"Hay que tener los nervios templados, y aunque te estén machacando, que la sangre no llegue al río. Los Reyes no se defienden", le dijo a la periodista Pilar Urbano en el libro La Reina muy de cerca, publicado con ocasión de su 70 aniversario, en el 2008. Que el reinado de su marido haya terminado y ya no ejerza como reina consorte no ha modificado esa templanza, si acaso la ha fortalecido, habida cuenta de que los escándalos del rey se han multiplicado desde su abdicación. Del estoicismo, la reina ha hecho bandera, y puede que esa virtud le venga por el lado materno, a juzgar por lo que le dijo la reina Federica cuando la convenció en su día de que no abandonara a su marido (según contó, también en su día, la periodista experta en cuestiones reales Pilar Eyre):

No lo abandones nunca, no dejes de ser reina ¿Quieres ser como yo, una reina sin reino, una paria que tiene que vivir de la caridad de los demás, y que ha tenido que venir a la India porque nadie me aguanta?

OPINIONES PÚBLICAS

Nacida en 1938 en la antigua residencia de la familia real griega el Palacio de Psykhikó, la mujer que ostentara antes que cualquier otro título el de Princesa de Grecia y Dinamarca rara vez se ha permitido un desliz, lo cual no parece sino consonante con la educación que recibió: elitista, y sobre todo para reinar. No se reina metiendo la pata. Lo más parecido a un escándalo que ha protagonizado en los últimos años tuvo que ver justamente con la publicación del libro de Urbano, en el que se pronunciaba sobre asuntos como el matrimonio homosexual, la eutanasia y el aborto. Apartándose algunos metros del protocolo tácito, y quizás más que nada de la costumbre, recordaba que los monarcas también tienen opiniones sobre los asuntos de actualidad. Más que escándalo, causó revuelo. Nunca ha sido rival para su marido en ese aspecto.

Parece milimétricamente planeado que la decisión del rey emérito de abandonar España la haya sorprendido en el Palacio de Marivent. En Mallorca ya habían notado que ocurría algo fuera de lo normal: ni acudió como era costumbre al Corte Inglés ni al mercado de Artá, en el norte de la isla. La reina está atribulada. Según han explicado personas de su entorno a la revista Vanitatis, "la tristeza de la reina es comparable a la que sintió cuando su hermano Constantino tuvo que exiliarse", en 1967, en los tiempos en que se consumaba el derrumbe de la realeza helena. La reina emérita mantiene una relación estrecha con su hijo, Felipe VI: eso y que no tiene velas en los presuntos delitos de su esposo le brindan un amplio margen para seguir con su vida tal y como hasta ahora, entre Madrid, sus compromisos institucionales y las temporadas que pasa con su hermana Irene en Londres. En la Zarzuela apenas notará el cambio: hace tiempo que los eméritos dormían en habitaciones separadas.