Le conocí -primer Gobierno de Felipe González- como secretario general de Educación del ministro Solana. Después lo ha sido todo en el Gobierno y en la oposición. Ministro de Educación y de Presidencia (y portavoz) con Felipe González. Sostén de Joaquín Almunia en el 2000, cuando la mayoría absoluta de Aznar. Partidario de José Bono en el congreso de aquel año que eligió a Rodríguez Zapatero. Portavoz parlamentario socialista cuando el primer Gobierno de Zapatero, ministro del Interior y luego vicepresidente y portavoz en el mismo Gobierno. Candidato socialista en el 2011 con pésimos resultados. Pero siempre tenaz.

Rubalcaba era un fijo del PSOE. Los que no le querían le acusaban de maquiavélico, de ser solo un táctico y no un estratega. Fue felipista a cara descubierta frente al guerrismo y luego un realista que siempre trabajó para el partido «en la prosperidad y la adversidad». Y fue también un hombre de Estado que sabía que España era algo más que el PSOE y que el Estado era más débil si no sintonizaba con Euskadi y Cataluña. Su paso por el Ministerio del Interior y la vicepresidencia con Zapatero -durante y tras el fallido proceso de paz- fue clave para la total deslegitimación de ETA en Euskadi y su desaparición.

Y su madridismo (del Real Madrid) y sentido de Estado no le impidió, sino que le inclinó a estar próximo al PSC, aunque no siempre estuviera de acuerdo. Fue federalista, más de razón que de convicción, porque los del PSC le insistieron en que había que frenar las tentaciones independentistas.

¿A la derecha o a la izquierda del PSOE? Donde creyera conveniente. Por eso trabajó junto a todos los secretarios generales: Felipe González, Joaquín Almunia, Rodríguez Zapatero... hasta que le tocó serlo a él. Le recuerdo un día en su despacho de Ferraz -2013 y afectado por la crisis y la derrota electoral del 2011- diciendo con amarga ironía: «Felipe dice que soy un táctico, pero ahora, cuando nada es fijo y todos cambian de posición, casi me siento cerca de Mao Zedong» (el mítico y dogmático líder del comunismo chino). Era todo lo contrario, más un Deng Xiaoping (el enemigo de Mao) que pensaba -como recordó Felipe González en un congreso socialista- que «gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones».

En el 2014, tras el fracaso de las elecciones europeas y la emergencia de Podemos, Rubalcaba concluyó que los suyos ya no creían que supiera cazar ratones y -tras colaborar con Rajoy en la sucesión en la jefatura del Estado más por sentido de Estado que por monarquismo- dimitió y con dignidad volvió a la universidad como profesor de química orgánica. Pero no dejó ni la militancia ni la actividad en el PSOE.

La eclosión de Podemos le sorprendió y no compartió las posiciones de Pedro Sánchez. Temía que el PSOE se desnaturalizara. Por eso estuvo al lado de Susana Díaz en las primarias del año 2016.

No tuve ocasión de compartir su vivaz e inteligente conversación tras la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa. Sospecho que le sorprendió, le animó y al mismo tiempo le inquietó. ¿Jugaba Sánchez demasiado fuerte? Quizá Rubalcaba (y Felipe) no recordaban que, para obtener aquella estruendosa mayoría absoluta del 82, el PSOE no dudó en votar contra la entrada de España en la OTAN. Un grave error del que después tuvo que hacer marcha atrás. La suerte del PSOE fue que la derecha (Fraga e incluso Pujol) se equivocó todavía más al votar contra la permanencia en el referéndum del 86.

Alfredo Pérez Rubalcaba y Pedro Sánchez encarnaban más que dos corrientes -los dos son pragmáticos de convicción- dos sensibilidades y dos generaciones distintas del socialismo español. Quizá su convivencia en y pese al desacuerdo explican la extraña pervivencia de unas siglas del siglo XIX en la España de hoy.